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CARTA PASTORAL | Don Ricardo, Cardenal-Arzobispo de Valladolid

VÍA CRUCIS  •  1-15 de abril de 2017  •  A todos los fieles cristianos de la Iglesia de Valladolid

 

VÍA CRUCIS

arzobispo

 D. Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid desde el 17 de abril de 2010 y Cardenal de la Iglesia Romana desde el 14 de febrero de 2015

 

 

 

 

 

«Jesús va padeciendo en su cuerpo y en su espíritu paso a paso su personal vía crucis, que se convierte en lección y fuerza en nuestros vía
crucis»
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El vía crucis significa originariamente el camino que Jesús, cargado con la cruz, recorrió desde el pretorio en que fue condenado por el procurador de Roma Poncio Pilato hasta el Calvario, en que fue crucificado. Es el itinerario que hacen frecuentemente los peregrinos por las calles de la ciudad de Jerusalén.

 

Vía crucis es también el trayecto de 14 estaciones señaladas con representaciones alusivas a los temas u otros signos, dentro de los templos o fuera de ellos, que recorren quienes practican este ejercicio piadoso, sobre todo en tiempo de Cuaresma. Es famoso el vía crucis junto al Coliseo de Roma, presidido por el Papa el Viernes Santo, un lugar en que se unen la memoria de los mártires en la antigua Roma con el Martirio por excelencia de nuestro Señor Jesucristo. Los peregrinos a Lourdes (y algo semejante se puede afirmar de Fátima) conocen bien el itinerario del vía crucis por el monte en torno al Santuario. Estas apariciones de María comportan una invitación a la penitencia sacramental y una exhortación a cargar con la cruz. A veces se añade a las catorce estaciones una referencia a la resurrección de Jesús, uniendo de esta manera la fidelidad en la cruz y la victoria del Señor sobre el pecado y la muerte. Y en ocasiones precede al recorrido del vía crucis la oración en el Huerto de los Olivos, desde donde arranca la pasión de Jesucristo.

 

Hay otra significación del camino de la cruz, que es la interiorización personal y existencial del recorrido exterior del vía crucis. Con las siguientes palabras une el Evangelio el camino de Jesús y el de sus discípulos:

“Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar la vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc. 9, 23- 24).

 

Jesús nos pide que unamos al vía crucis de la oración el via crucis de la vida.

 

El filósofo Pascal en uno de sus pensamientos afirmó con intuición honda y atrevida que “Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo”. La pasión del Señor se prolonga en la pasión de sus fieles y de todos los hombres. El Señor, como Cireneo, camina con la cruz junto a cada hombre hasta el final de la historia. Por eso, podemos decir que el vía crucis de Jesús es interminable. Cuando los cristianos practicamos el ejercicio del vía crucis recordamos también a cuantos caminan arrastrando penosamente la cruz de la vida, con la confianza que nos otorga la fe de pasar “por la cruz a la luz”.

 

Las estaciones del vía crucis se refieren a escenas de la narración de la pasión del Señor, que aparecen también en los diferentes “pasos” de nuestras procesiones de la Semana Santa. En las estaciones del vía crucis, en las escenas de la pasión y en los pasos de las procesiones aparecen diversos personajes. El personaje central es siempre Jesús; pero conviene que nos situemos cada uno ante el Señor, que hizo un impresionante recorrido desde el Huerto de los Olivos hasta que fue depositado en el sepulcro, que había en otro huerto próximo al monte Calvario. ¿En qué personajes se reflejan nuestra actitud y comportamiento?

 

Judas traicionó al Maestro entregándolo a sus enemigos por unas monedas; junto con los sacerdotes pusieron precio al único Inocente. Hubiera recibido el perdón de Jesús, pero desconfió encerrándose en su inmensa culpa. Pedro, el más decidido de los discípulos, negó por tres veces al Maestro cuando el peligro se cernía sobre él; pero con la mirada compasiva de Jesús se dejó denunciar y perdonar. Los discípulos al ser apresado el Maestro huyeron dejándolo solo ante el poder de las tinieblas. El Sanedrín de los judíos decidió quitarlo de en medio y maniobró para que Pilato lo condenara a la crucifixión, una forma de suplicio reservada a criminales famosos. Pilato cedió cobardemente, lavándose las manos. Los soldados lo humillaron de mil formas. Pocos salieron al encuentro de Jesús: Una mujer se abrió paso hasta limpiar su rostro, y como premio se quedó grabado en su paño el “verdadero icono” de Jesús. Otras mujeres lloraban por Él. Algunos varones, que habían alternado entre el respeto por la enseñanza del Maestro Jesús y la ocultación vergonzante de su actitud profunda, pidieron a Pilato el cuerpo de Jesús ya muerto, bajaron el cadáver de la cruz y lo sepultaron.

 

Junto a la cruz acompañaron al sublime Moribundo su madre, otras mujeres y el discípulo Juan. ¿Entre qué personajes nos situamos nosotros?. ¿Entre los que lo rechazan, entre quienes se desentienden para no complicarse la vida o entre quienes dieron la cara por Él?. El vía crucis de Jesús nos interpela, ya que su pasión transcurrió a la vista de todos, y su vida anterior había preparado para apreciar el alcance de aquel Condenado a muerte y de aquella Cruz.

 

Es bueno que hagamos el vía crucis acompañados por María, la Madre del Señor. Con su poesía “Dame tu mano, María”, Gerardo Diego nos introduce en este itinerario:

"¿Dónde está ya el mediodía / luminoso en que Gabriel, / desde el marco del dintel, / te saludó: “Ave, María”? / Virgen ya de la agonía / tu Hijo es el que cruza ahí. / Déjame hacer junto a ti / ese augusto itinerario. / Para ir al monte Calvario, / cítame en Getsemaní”.

 

Jesús va padeciendo en su cuerpo y en su espíritu paso a paso su personal vía crucis, que se convierte en lección y fuerza en nuestros vía crucis. He aquí algunos subrayados evangélicos: En el huerto de Getsemaní siente angustia ante la muerte; la oración insistente al Padre fortalece su fragilidad; no hurta su rostro para que lo bese el traidor; como un malhechor peligroso es conducido con medidas de seguridad hasta el Sanedrín; Herodes se burla de él; Pilato no resiste a las presiones y lo condena; da a elegir al pueblo entre soltar a Barrabás o a Jesús; es expuesto a la multitud como pieza de un espectáculo macabro; es forzado a cargar con la cruz que lo hace caer, una y otra vez; clavado en la cruz pide al Padre perdón a favor de quienes lo han llevado hasta la muerte; ofrece el paraíso al que reconoce su inocencia y le pide compasión; y encarga su Madre al discípulo amado; encomienda confiadamente su espíritu al Padre en medio de las tinieblas del monte que oscurecen también su alma. Así murió.

 

Invito a todos a hacer el vía crucis con el trasfondo de la Pasión y con los ojos puestos en tantos agobiados por el peso de la vida.

 

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CARTA PASTORAL | Don Ricardo, Cardenal-Arzobispo de Valladolid

¡RESUCITÓ!  •  16-30 de abril de 2017  •  A todos los fieles cristianos de la Iglesia de Valladolid

 

¡RESUCITÓ!

arzobispo

 D. Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid desde el 17 de abril de 2010 y Cardenal de la Iglesia Romana desde el 14 de febrero de 2015

 

 

 

 

 

«La resurrección de Jesús no es sólo el juicio de Dios sobre el mundo que lo rechazó sino también esperanza de vida nueva y eterna para quienes creen en Él»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El anuncio de la resurrección de Jesús junto al sepulcro vacío fue una inmensa sorpresa para quienes lo recibieron. Las mujeres que corrieron de madrugada, pasado el sábado, a embalsamar el cuerpo de Jesús, quedaron consternadas al constatar que la piedra estaba removida y había desaparecido el cadáver. Sorpresa, desconcierto y turbación fue la primera reacción al encontrar el sepulcro vacío. ¿Quién habrá robado el cuerpo de Jesús? ¿Adónde lo han llevado? No entraba en la mente de los discípulos la expectativa de la resurrección de Jesús. Están ante lo insospechado e inimaginable.

 

El mensajero divino en la tumba vacía proclama la re-surrección de Jesús. “No tengáis miedo, ¿buscáis a Jesús el Nazareno,el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lopusieron” (Mc. 16, 6). La causa de Jesús no quedó silenciada con su último suspiro ni sellada con la losa del sepulcro.

 

Al primer chispazo de luz junto al sepulcro siguieron otros encuentros de los discípulos con el Señor resucitado, que fueron ven-ciendo sus resistencias y dudas. Abiertamente y con toda franqueza anuncia Pedro presentándose con los Once ante el pueblo: “A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual nosotros somos testigos” (Act.14. 32). Los judíos entregaron a Jesús que fue crucificado; pero Dios Padre in-virtió el juicio de los hombres; al condenado Dios justifica; al humillado Dios lo exalta; al excluido como blasfemo Dios lo reconoce comoel Hijo; al sepultado Dios lo resucita. Dios con la resurrección avaló el mensaje de Jesús, y ratificó su comportamiento. ¡Es verdad, Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador de la humanidad y el Mesías de Israel! (cf.Act.2, 36).

 

Al celebrar la resurrección en la Pascua no nos quedamos en el reconocimiento de una actuación genérica sino en la suprema intervención de Dios resucitando en concreto a “este Jesús”. El mismo Jesús, Hijo de Dios encarnado, cargó con la cruz y glorificado entró en el Reino definitivo. Fue enviado por Dios, a quien obedeció hasta la muerte en cruz; y ha sido exaltado por el Padre como el Señor (cf.Fil.2,6-11). El Crucificado es el Resucitado. Por eso, cantamos los cristianos: ¡”Hijo de Dios que nos diste la vida; el mundo entero te glorifica!”. La resurrección de Jesús no sólo manifiesta irrefutablemente cómo están las cosas en relación con la misión recibida del Padre, sino también nos abre las puertas de la vida. La resurrección de Jesús no es sólo el juicio de Dios sobre el mundo que lo rechazó sino también esperanza de vida nueva y eterna para quienes creen en Él. La predicación de Jesús sin el aval de Dios se habría reducido a las palabras de un sabio, de un poeta, de un megalómano, de un perturbado, de un revolucionario. Es bueno que saquemos las consecuencias del hecho de la resurrección. “Si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos?. Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es también vuestra fe. Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo sólo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto” (cf. 1Cor. 15, 12 ss.).

 

La resurrección de Jesús es como la dovela clave y la piedra angular de nuestra fe. Sin ella el arco se hunde y el edificio se arruina. Somos seguidores del Crucificado que ha vencido el pecado y la muerte y ha resucitado. Necesitamos unir siempre nuestra fe a Jesús crucificado y resucitado; sin la crucifixión quedaría la resurrección como abstracta y sin ésta la crucifixión sería un enorme fracaso. La resurrección de Jesús crucificado ilumina también nuestra cruz; la luz de la fe en el Señor ilumina nuestra vida real y concreta. La resurrección de Jesús, con quien estamos unidos por la fe, la esperanza y el amor, es garantía de una vida nueva. Los creyentes somos invitados a bendecir a Dios y a pronunciar un canto de acción de gracias. “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo”(1 Ped.1,3-4).

 

La resurrección de Jesús se convierte en nosotros en garantía de una vida eterna, de una alegría que no se marchita, de una esperanza que no defrauda ni fenece en medio de las pruebas. Sin la resurrección de Jesús no se entiende la existencia de los cristianos (cf.1Tes. 5, 12-22). Si la crucifixión del Señor nos impide evadirnos de la tierra, su resurrección abre el cielo ante nosotros como meta y morada, como pregustación anticipada y como culminación de nuestros anhelos. Por eso, los cristianos deben caracterizarse como personas de esperanza (cf. 1 Tes. 4, 13). La esperanza ilumina la mirada y la vida. Se comprende entonces que Santa Teresa de Jesús afirmara con instinto certero: “Un santo triste es un triste santo”. La cruz iluminada por la resurrección derrama luz en la realidad cotidiana. La resurrección de Jesús, en que participamos sacramentalmente por el bautismo, es para nosotros comienzo y fundamento de una existencia nueva.

 

El resucitar Jesús es mucho más que revivir y entrar en una forma de vida que desborda las condiciones temporales y es-paciales. “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en lamuerte” (1 Jn. 3, 14). “Si nos amamos es que resucitó” (Kiko Argüello).

 

El amor, en la dimensión de la cruz y con el espíritu de Jesús, manifiesta la vida nueva de resucitados. Refleja una forma de vivir que no procede de nuestra capacidad sino de Dios, porque el mundo nuevo ha entrado en nuestro mundo envejecido por el pecado. De ahí procede la originalidad del testimonio de los cristianos: Anunciamos lo que hemos visto y oído (cf. Act.10,39-43; 1Jn.1,1-4).

 

El día 2 de abril fue el aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo II, que comenzó su ministerio de Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal con aquellas palabras: “No temáis. Abrid las puertas aJesucristo”. La invitación a no tener miedo aparece repetidamente en los saludos del Resucitado: “No temáis” (cf. Mc. 16, 6; Mt. 28, 5. 10;Lc.24. 24, 38; Jn.20, 19.26).

 

¡Felices fiestas de Pascua! “¡El Señor ha resucitado!”

 

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RECONCILIARE  •  16-31 de mayo de 2017  •  A todos los fieles cristianos de la Iglesia de Valladolid

 

RECONCILIARE

arzobispo

 D. Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid desde el 17 de abril de 2010 y Cardenal de la Iglesia Romana desde el 14 de febrero de 2015

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El día 24 de abril fue inaugurada la exposición XXII de las Edades del Hombre en Cuéllar (Segovia) con la presencia de la reina Dña. Sofía, que ha presidido la apertura de varias ediciones. Le agradecemos su presencia, su estima por las exposiciones y cercanía al pueblo, que ha sabido corresponderle. Este año el tema es ‘Reconciliare’ en latín, como es habitual. Me ha producido la visita rápida de la muestra una admiración profunda. Quedé sorprendido por las tres iglesias en que el mudéjar brilla magníficamente; me ha parecido muy adecuada la combinación de arte de siglos pasados y de nuestro tiempo, ya que la fe no deja de hablar el lenguaje de la belleza, iluminando a los hombres de ayer y de hoy; el guion enlaza en un itinerario fácilmente perceptible y elocuente las piezas expuestas; ha sido también un acierto que el número de obras no sobrecarguen los espacios ni fatiguen a los visitantes. La exposición está llena de aciertos y motivos de felicitación a los organizadores. La larga serie de exposiciones no pierde altura ni calidad. La marca de origen, que se remonta al año 1988 en la catedral de Valladolid, no envejece. Se ha encontrado y consolidado una vía de recuperar y de mostrar el patrimonio artístico inagotable de Castilla y León. No se ven síntomas de cansancio en el camino iniciado ya hace muchos años. Cada exposición es nueva, valiosa y merecedora de ser visitada y elogiada. Es, me atrevo a decirlo, un acontecimiento religioso-cultural de los más importantes de España en los últimos decenios. Las han visitado con satisfacción adultos y escolares, personas de alto nivel cultural y hombres y mujeres de nuestros pueblos. Invito a que la presente exposición sea visitada teniendo en cuenta todas las dimensiones que le dan su perfil inconfundible: Refleja la indeosincracia de un pueblo, es al mismo tiempo evento religioso, artístico, catequético, elocuente para el hombre de hoy.

‘Reconciliare’, reconciliación, es un mensaje que siempre y particularmente hoy necesitamos escuchar. Después de la singular “obertura” de la exposición surge espontáneamente la exclamación: ¡Cuánta reconciliación necesitamos! Desde el principio existen caos y rupturas, en las fuerzas primordiales, en la fauna y la flora, en la historia de la humanidad, en las personas, en la familia, en los pueblos, en la mirada desde el presente hacia el futuro. El señor Obispo de Segovia aludió acertadamente a la necesidad de reconciliación en nuestro mundo, en que con palabras del Papa Francisco sufrimos una guerra mundial “a pedazos”. Vivimos heridos por la crispación, la violencia, la inquietud y la incertidumbre. Es muy oportuna, también en estas perspectivas, la visita de la exposición. Dios en Cristo nos ha reconciliado y nos ha encomendado el ministerio de la reconciliación (2Cor. 5, 19-20). Nuestro mundo, aunque esté como desgarrado, tiene remedio; hay esperanza y futuro. En el principio, ayer, hoy y siempre Dios actúa perdonando, reconciliando y moviendo a la humanidad a ser una familia de hermanos y hermanas.

Visitar la exposición, leer el hilo conductor y escuchar el mensaje emitido, precisamente en nuestros días en que no cesan noticias entristecedoras y oprimentes sobre la corrupción, es una llamada a la catarsis personal y social. La corrupción es lo contrario de la solidaridad de todos en bienes y necesidades (cf. Act.2, 42); el camino es el amor fraterno, la unión de los hombres y pueblos, el reconocimiento del mismo Dios Creador y Padre, la historia como construcción de la ciudad presente esperando la futura edificada por Dios (cf. Ef. 2, 19-22; Heb.11, 13-16).

La corrupción es como la gangrena de la confianza de los ciudadanos y de la sociedad en quienes se han aprovechado sin miramientos desde el poder.

Necesitamos una regeneración democrática y ética. Una sociedad democrática digna del hombre requiere el fundamento y la compañía de la moral. Es preciso robustecer la dimensión ética en la vida social. La corrupción es bochorno para los causantes, y provoca comprensiblemente irritación en todos; es caldo de cultivo para empujar a los ciudadanos a salidas falsas de futuro. La conciencia moral se clarifica y fortalece recordando los mandamientos de Dios, que impregnan todo comportamiento ético digno del hombre. Es pecado abandonar a los padres, es pecado matar, es pecado adulterar, es pecado engañar y traicionar. Una cosa es la equivocación, propia de la condición humana, y otra contaminar la vida común con la mentira, el orgullo, la apropiación indebida de lo que pertenece a otras personas y al bien común de la sociedad. Para vivir moralmente, como corresponde a personas que están llamadas a compartir la misma sociedad, no basta tomar medidas que eviten ser denunciados y conducidos a los tribunales; necesitamos vivir ante Dios en conciencia y con respeto. Por otra parte, como dice el Evangelio, no hay cosa secreta que no se termine conociendo. El que vive moralmente en conciencia ante Dios y ante los hombres no está inquieto por el temor, es libre, puede mirar al futuro sin las sombras que proyecta la actuación indebida.

La catarsis de la vida social, la purificación de los gravísimos focos de corrupción en tantos lugares, se debe realizar pronto y eficazmente para detener el deterioro de nuestra convivencia social. La curación empieza con el reconocimiento sincero y público de los abusos cometidos pidiendo disculpas por ellos; es engaño pretender el descargo de la propia responsabilidad con el recurso “más eres tú”; se debe devolver lo que se ha sustraído; ciertamente se requiere una legislación adecuada pero sería insuficiente sin la formación moral de la conciencia. Las personas ejemplares, que son tantas, deben ser reconocidas públicamente, ya que son guía y norte moral; no es legítimo generalizar embadurnando todo y a todos, y sugiriendo operaciones peligrosas. La historia es maestra tanto en sus aciertos como en sus fracasos. ¿Por qué no aprender de la “transición“en que el diálogo fue el impulso a dar todos unidos un paso al futuro, buscando la justicia, el respeto y la paz?

La exposición de Cuéllar contiene un mensaje para todos.

 

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NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA  •  1-15 de mayo de 2017  •  A todos los fieles cristianos de la Iglesia de Valladolid

 

NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA

arzobispo

 D. Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid desde el 17 de abril de 2010 y Cardenal de la Iglesia Romana desde el 14 de febrero de 2015

 

 

 

 

 

«El llamado secreto de Fátima tiene tres partes. La primera gira en torno a la visión del Infierno y la segunda se refiera a la devoción al Inmaculado Corazón de María. La tercera parte, que no ha sido desvelada hasta hace poco tiempo, tiene como palabra clave “Penitencia, penitencia, penitencia”»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El día 13 de mayo de 1917, en Cova de Iría, en la aldea de Aljustrel (Portugal), tuvo lugar la aparición de la Santísima Virgen a tres pastorcitos: Lucía, de diez años, Francisco, de ocho, y Jacinta, de siete. El Papa Juan Pablo II, que había atribuido a la intercesión especial de la Virgen el sobrevivir al atentado padecido en la plaza de San Pedro de Roma el 13 de mayo de 1981, declaró beatos a Jacinta y Francisco el 13 de mayo del año 2000, en el mismo lugar de las apariciones, durante su peregrinación al santuario de Fátima. El próximo 13 de mayo serán canonizados por el Papa Francisco en su visita a Fátima con motivo del centenario de la primera aparición.

 

Fátima pasó de ser un lugar desconocido a centrar la atención de la Iglesia católica como había ocurrido con Lourdes a partir de las apariciones de la Virgen María a Bernadette Soubirous, el 11 de febrero de 1858, en la gruta de Massabielle. Ocuparon un puesto relevante dos rincones ignotos por sendos acontecimientos sobrenaturales.


Un rasgo común a las apariciones de la Virgen María reconocidas por la Iglesia en la época moderna es el haber tenido como elegidos a niños, pobres e ignorantes. En medio de la historia convulsa de la humanidad María se hace presente como foco de esperanza a través de lo que no cuenta para confundir a lo que cuenta. "Lo débil del mundo ha escogido Dios para humillar lo poderoso" (1 Cor. 1, 27). Es una ley evangélica que prolonga las condiciones del nacimiento del Hijo de Dios, Mesías de Israel y Salvador de la humanidad, en un establo a las afueras de Belén (cf. Lc. 2, 11-12). Jesús bendice al Padre porque los misterios de su Reino los esconde a los sabios y entendidos y los revela a los pequeños (cf. Mt. 11, 25). Aljustrel está a poca distancia del lugar de las apariciones de la Virgen. Hace varios decenios tuve la oportunidad de conocer el pueblo y visitar la casa de la familia de Lucía, que se conserva como era entonces. Todo muy sencillo y pequeño; a la puerta estaba sentada una hermana de la vidente, una mujer anciana de pueblo, de familia pobre, sin aires de orgullo por la singularidad de la hermana a quien se le apareció la Virgen, que aún vivía como religiosa carmelita contemplativa. El cielo ha tocado a la tierra y sin convertirla en un palacio ha sembrado en ella semillas de salvación. La Virgen María no olvida a sus hijos en peligro y por los caminos característicos del Evangelio abre puertas de esperanza.

 

En la oración colecta de la memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Fátima se resume el mensaje de las apariciones en los siguientes términos “perseverar en la penitencia y en la oración en favor de la salvación del mundo”. María nos remite a la invitación del Señor:


“Convertíos y creed en el Evangelio” (cf. Mc. 1, 15), incluyendo la intención misionera en favor de la humanidad. Es conveniente que no nos distraigamos en interpretaciones apocalípticas del “secreto” de Fátima, sino que nos dirijamos adonde María orientó a los discípulos de Jesús
desde el principio en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).

 

El llamado secreto de Fátima tiene tres partes. La primera gira en torno a la visión del Infierno y la segunda se refiera a la devoción al Inmaculado Corazón de María. La tercera parte, que no ha sido desvelada hasta hace poco tiempo, tiene como palabra clave “Penitencia, penitencia, penitencia”. Las dos primeras partes se centran en la salvación de las almas. La alusión al infierno está en orden a la salvación. Cuando Teresa de Jesús en el Libro de la Vida (cap. 32, 1-9) habla de la visión del infierno, la interpreta como apremiante llamada a dejar la frivolidad, a tomar en serio su santificación y a preocuparse de la salvación de todos. El reverso del cielo es el infierno; la grandeza inmensa de la salvación se mide también por el abismo inconmensurable de la perdición. La misericordia de Dios abre todos los días delante de nosotros las puertas del cielo. No podemos olvidar, si no queremos extraviarnos por la superficialidad, que la perdición definitiva es posibilidad real de nuestra libertad. Dios nos creó sin pedirnos permiso, pero no nos salvará sin nuestra respuesta libre y humilde. La salvación es un encuentro de la gracia de Dios y el sí del hombre.

 

Es oportuno que a la luz del Evangelio descubramos el sentido de la devoción al Inmaculado Corazón de María muy presente en la segunda parte del secreto de Fátima. El corazón de María es la sede de la fe y de la meditación de la Palabra de Dios. Fue María oyente y receptiva ante las palabras y los hechos de Jesús que la desbordaban. No los rechazó, sino los meditó buscando con la luz del Espíritu el sentido de la Palabra. María y José quedaban a veces desconcertados ante la hondura de la revelación divina. De María dice expresamente el Evangelio: “Su madre conservaba todo esto en su corazón” (Jc. 2, 51). María, mujer creyente y reflexiva, fue madurando en su interior lo que decía y hacía Jesús. María, de corazón inmaculado y fiel, limpio y creyente, es para nosotros modelo de escucha y asimilación de la Palabra de Dios. La palabra clave de la tercera parte del secreto de Fátima , según comentó el Cardenal J. Ratzinger, ahora Papa emérito, que termina de cumplir 90 años, es el triple grito: “¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!”. Habla de la urgencia de la penitencia, de la conversión y de la fe. De
una conversación con Lucía, Ratzinger dedujo que el objetivo de todas las apariciones era crecer siempre más y más en la fe, en la esperanza y en la caridad.

 

Terminamos con unas palabras impresionantes del Papa San Juan Pablo II, pronunciadas el año 2000 ante 1.500 obispos de todo el mundo, el día 8 de octubre después de recordar el día anterior a la Reina del Rosario, cuya oración recomendó insistentemente la Virgen en Fátima:


“La humanidad está en una encrucijada. Y, una vez más, la salvación está sólo y enteramente, oh Virgen Santa, en Jesús. Haz que por el esfuerzo de todos, las tinieblas no prevalezcan sobre la luz. A ti, aurora de la salvación, confiamos nuestro camino en el nuevo milenio, para que bajo tu guía todos los hombres descubran a Cristo, luz del mundo y único Salvador”.

 

Queridos amigos, acompañemos con la oración y la escucha al Papa Francisco en su peregrinación a Fátima. Este rincón de Portugal se ha convertido en púlpito desde el que es anunciado el Evangelio de la fe y de la conversión, de la luz y de la paz, de la esperanza y el amor. En medio de la humanidad María nos llama a la fraternidad de todos reconociendo a Dios como Creador y Padre.

 

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"En la transmisión de la fe es necesario un papel activo de la familia, que debe apoyarse en la vida parroquial y consolidarse con la formación que debe ofrecer la escuela. Además, el cuidado de la Eucaristía del Domingo, del sacramento de la Reconciliación y de la catequesis son las mejores medidas para favorecer un adecuado proceso de iniciación cristiana". 

(Programación Pastoral Diocesana 2013-2014)

 

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