Homilía de la Misa en Honor de Nª Sª de san Lorenzo
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- Categoría: Don Ricardo, arzobispo de Valladolid
Santa Iglesia Catedral Metropolitana de Valladolid
8 de septiembre de 2014
La Iglesia en la liturgia celebra la muerte de los santos pues su ocaso es el amanecer a la vida eterna en la patria del cielo. Sólo de María, de Juan el Bautista y, por supuesto, de Jesús, celebramos también el nacimiento temporal ya que los signos de Dios manifiestan su santidad en el mismo comienzo. A propósito de Juan, el anuncio del ángel del Señor a Zacarías pondera su singularidad (cf. Lc.1, 13-17); y en relación con Jesús el anuncio de su nacimiento por el ángel Gabriel revela que el niño es Hijo del Altísimo (cf. Lc. 1, 29-37). Sobre la concepción y el nacimiento de María debemos remitirnos a un escrito apócrifo ( cf. A. Santos, Libro sobre la Natividad de María, en : Los Evangelios Apócrifos, Madrid 1956, pp.258-274).
Por diversos medios se puede concluir que el autor del libro fue contemporáneo de Carlo Magno (Siglo IX). Es una refundición abreviada del apócrifo atribuido a San Jerónimo en la Edad Media. Fue incluído íntegramente en la Leyenda Aurea de Jacobo de la Vorágine en el siglo XIII.
Según el escrito los padres de María fueron Joaquín, originario de Nazaret, y Ana, nacida en Belén. María nació en Nazaret y fue educada en el templo de Jerusalén. Un día un ángel del Señor anunció a Joaquín: “ Ana, tu mujer, va a darte a luz una hija, a quien tú pondrás el nombre de María. Esta vivirá consagrada al Señor desde su niñez, en consecuencia con el voto habéis hecho; y ya desde el vientre de su madre será llena del Espíritu Santo…” “Así como nacerá admirablemente de madre estéril, siendo ella virgen engendrará de manera incomparable al Hijo del Altísimo” (III, 3). La utilización de textos bíblicos y la teología del libro manifiestan claramente el tiempo posterior de su composición.
La Iglesia en las oraciones de la fiesta de la Natividad de la Virgen pide a Dios que nos libre del peso de nuestros pecados y nos dé aumento de paz, ya que el nacimiento de María, la Virgen Madre, es “esperanza para el mundo y aurora de salvación”. Celebrando las primicias de la salvación, nos sentimos estimulados en el camino de la renovación. La fiesta de hoy es una llamada a la regeneración de nuestras actitudes personales y sociales; experimentamos, por otra parte, la necesidad de cambiar en los comportamientos individuales, familiares y políticos. La esperanza germina desde una nueva vida; en cambio, la falta de honradez y recta conducta nos disgusta, desmoraliza y apesadumbra. Nos promete también a nosotros el Señor:” Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo, y haré que viváis según mis mandamientos, observando y guardando mis leyes” ( Ez. 36, 26-27). “Os purificaré, os renovaré, os reunificaré; vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios” (cf. Ez. 37, 21-28). Si vivimos respetando la ley moral, nos trataremos con respeto, edificaremos una sociedad a la medida de la dignidad del hombre y miraremos al futuro con esperanza.
El Evangelio que hemos escuchado contiene la genealogía de Jesucristo contada no como resultado de una investigación en archivos sino con una perspectiva teológica. Jesús, el Mesías, es hijo de Abrahán y de David. Después de la cautividad en Babilonia, cuando ya llegaba la genealogía a los últimos eslabones y nombres, leemos “ Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo” (Mt.1, 16). A lo largo de la historia, de generación en generación, Dios ha mantenido su fidelidad, ha cumplido su promesa de enviar al Mesías, al Salvador del mundo. Jesucristo, el Hijo de Dios, ha hecho propios nuestro nacer y nuestro morir; y aunque no tenía pecado ha cargado con los pecados de sus antepasados y de la humanidad entera.
A continuación narra el Evangelio como fué el nacimiento de Jesucristo. María concibió virginalmente, acogiendo al Hijo de Dios en su corazón por la fe y en sus entrañas por la acción del Espíritu Santo. Así se cumplió lo dicho por el profeta Isaías, que de forma insuperable desbordó el sentido de la inmediata situación histórica. << Mirad: “La Virgen concebirá y dará a luz a un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel (que significa “ Dios con nosotros”)>> ( Mt.1,23; Is.7,14). Ante el Señor inclinamos nuestra cabeza y nuestro espíritu para confesar con el Credo de la Iglesia que el Hijo de Dios se hizo hombre en las entrañas maternales de Santa María la Virgen.
En el relato evangélico de la Visitación, María e Isabel se felicitan mutuamente porque están gestando; Isabel es madre providencialmente y María ha concebido virginalmente. Si una mujer gestando se encuentra en “estado de buena esperanza” porque aguarda el don de un hijo, en el caso de María e Isabel la esperanza se abre a horizontes ilimitados.
Isabel, sintiendo los saltos de alegría del niño en su seno, exclamó: “¡Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!” (Lc.1,45). Pero María no retiene para sí el elogio sino que lo devuelve a Dios: “Proclama mi alma la grandeza del Señor… porque ha mirado la humildad de su sierva” (cf. Lc.1,47-48). De María creyente como en tierra fértil ha brotado el Salvador.
En la actitud creyente y humilde de María como en un espejo se refleja el Evangelio, las bienaventuranzas y el proyecto de Dios sobre la humanidad. Esta es la vía de renovación que se nos traza en la fiesta de la Natividad de la Virgen. Recorriendo este camino recibiremos el gozo de la fe, como el Papa Francisco asegura: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida de los que se encuentran con Jesús” (Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, nº 1). Aprendamos de María su estilo evangelizador (cf. nº 288).
El “Magníficat” canta el modo de proceder de Dios (cf. Lc.1,51-53). Acoge a los despreciados y despoja a los autosuficientes; es compasivo con los miserables y rechaza a los de corazón endurecido; derriba de su trono a los poderosos y enaltece a los humildes y humillados; despide vacíos a quienes ponen su confianza en el dinero y cuida con providencia especial a los necesitados; bendice generosamente a los que escuchan el clamor de los pobres y condena a la esterilidad a los egoístas. A Dios, cuya misericordia canta María, podemos invocar como defensor de los pobres, refugio de los débiles y esperanza de los pecadores. ¡ Que el hambre de justicia sea fuente en nosotros de un dinamismo transformador de la historia!. Invoquemos a María, Nuestra Señora de San Lorenzo, como consuelo y esperanza de su pueblo; que ella sea en nuestro recorrido por la vida como estrella que nos oriente hacia Dios y hacia el puerto de salvación. Que la fiesta de nuestra Patrona sea fermento de convivencia pacífica y solidaria entre todos.
A todos, personas y familias, felicito cordialmente en nuestra fiesta.
Valladolid, 8 de septiembre de 2014
Mons. Ricardo Blázquez Pérez, Arzobispo de Valladolid