D. Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid desde el 17 de abril de 2010 y Cardenal de la Iglesia Romana desde el 14 de febrero de 2015
«La Eucaristía es el sacramente central, donde culmina la iniciación cristiana y a la que somos invitados el día del Señor, el domingo»
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El Congreso Eucarístico Diocesano tendrá lugar los días 21 al 29 de mayo. Hemos fijado la atención teológica, espiritual y pastoral sobre la Eucaristía en tres fases, parroquial, arciprestal y diocesana, que es conclusiva y recapituladora. Nos pareció que debíamos concentrar nuestra mirada cristiana y pastoral en tres actuaciones pastorales: La Catequesis, la Eucaristía y la Caridad. La catequesis, facilitada por los Catecismos recientemente aprobados por la Conferencia Episcopal Española, es como el cimiento de la vida cristiana. La catequesis es un pilar insustituible; no debe difuminarse la transmisión de la fe en algunas palabras que no vehiculen contenidos claros y seguros. Aquí tenemos una tarea urgente y fundamental. Junto a la catequesis está la Eucaristía. Es sin duda motivo de inquietud pastoral el que la iniciación cristiana tenga escasa continuidad en la participación de la Eucaristía dominical. Y como derivación de la catequesis y de la celebración eucarística estamos llamados en coherencia cristiana al ejercicio de la justicia y de la caridad, a las obras de misericordia, al amor fraterno concreto. Tres ámbitos, la Catequesis, la Eucaristía y la Caridad, en que nunca insistiremos demasiado.
La Eucaristía es el sacramente central, donde culmina la iniciación cristiana y a la que somos invitados el día del Señor, el domingo. En tiempos del Concilio se insistió mucho en la renovación de la celebración eucarística, que ha llegado a todos los rincones. Desde hace algunos años se insiste en la adoración eucarística, con la adoración perpetua y otras formas de culto eucarístico; precisamente de la Adoración Nocturna surgió la iniciativa del Congreso Eucarístico Diocesano. Desde hace algún tiempo, quizá por una derivación parcial del Sínodo de los Obispos sobre la familia, se ha situado la atención mediática en la posibilidad de la comunión por parte de los divorciados vueltos a casar. Ciertamente son aspectos, la celebración, la comunión y la adoración que están íntimamente unidos en la Eucaristía.
Todos estos aspectos aparecen en el Congreso Eucarístico Diocesano a cuya participación invito encarecidamente. ¡Qué sea una oportunidad para nuestra renovación como pueblo de la Eucaristía! Basta con leer el programa del Congreso para percatarnos de la riqueza de los temas y de las formas variadas de ser afrontados. Hay reflexiones teológicas, celebraciones, actos de piedad, expresiones culturales. Reavivamos de esta manera la fe, la piedad, el compromiso cristiano caritativo y el impulso misionero de la Eucaristía. Confiamos que la celebración eucarística en el Paseo Recoletos, el domingo 29 por la tarde, sea una manifestación profunda, gozosa y participada diocesanamente. En el corazón de nuestra ciudad latirá el corazón creyente de la Iglesia diocesana. Agradezco vuestra participación.
Cuando estamos cerca de esta celebración diocesana mayor, o como dice la liturgia en esta “estación” de la Iglesia local vallisoletana, permitidme un par de llamadas a la memoria de la fe.
Tanto el Nuevo Testamento como los textos litúrgicos insisten a propósito de la resurrección de Jesucristo y de la Eucaristía en las calificaciones de “verdaderas” o de “verdaderamente”. “Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón” (Lc.24,34). “Verdaderamente ha resucitado el Señor”. La resurrección de Jesús no ha sido un espejismo, una sugestión ni una ilusión. La presencia del Resucitado tuvo que vencer la resistencia de los discípulos que no eran proclives a creer la promesa de la resurrección. Es un acontecimiento efectivamente ocurrido que iluminó las palabras y los hechos anteriores de la vida de Jesús, convirtió definitivamente a los discípulos, los envió capacitados por el Espíritu Santo para dar testimonio del Crucificado que ha resucitado, y de esta forma comenzó la Iglesia su camino por la historia. Sin la resurrección de Cristo sería vana nuestra fe (cf.1Cor. 15,14).
Sobre la Eucaristía leemos: “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida” (Jn.6,55). Jesús en la Eucaristía es el verdadero pan del cielo, no como el pan multiplicado milagrosamente (cf. Jn. 6,1ss) o como el maná del desierto. Jesús está real y verdaderamente presente en las especies consagradas del pan y el vino; “¡Dios está aquí! Venid, adoradores”. Nos postramos ante el Señor presente sacramentalmente en el sagrario y en la custodia para la exposición del Santísimo en el interior de las iglesias y para la procesión. El Señor presente en la Eucaristía es alimento verdadero, es decir, no es un símbolo sino el mismo Señor; y es la plenitud sacramental del alimento de la vida eterna (cf. Jn. 6,58). En el Pan eucarístico se cumplen las características del alimento auténtico, ya que no sólo sostiene temporalmente la vida, sino que da la vida para siempre. Con el cuerpo y con el alma nos postramos ante el Señor; con respeto y gratitud comulgamos, nos acercamos a la mesa del Señor, recibimos su cuerpo y su sangre.
El Concilio Vaticano II ha situado la presencia eucarística en el marco de otras formas de presencia del Señor en la Iglesia. Él ha prometido su presencia donde dos o tres están reunidos en su nombre (Mt. 18,20); y Él, que es el Enmanuel (Dios-con-nosotros) (cf. Mt. 1,23), está presente en medio de sus discípulos hasta el final de los tiempos (Mt. 28,20). Estas son las palabras del Concilio: «Cristo está presente siempre en su Iglesia, principalmente en las acciones litúrgicas. Está presente en el sacrificio de la Misa, no sólo en la persona del ministro, “ofreciéndose ahora por el ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz” sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura» (Sacrosanctum Concilium 7).
Saludo cordialmente a todos e invito a la fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, que este año celebraremos con mayor solemnidad e intensidad.
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