Todos los Santos
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- Categoría: Actualidad Diocesana
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En los últimos años se ha introducido en nuestra sociedad una celebración conocida como Halloween de origen celta y que se celebra especialmente en los Estados Unidos. Se plantea sustituir así la festividad de todos los santos por otra con un marcado carácter pagano y consumista. Una fiesta importada que va desplazando, al menos en el ánimo de muchos niños y jóvenes, a la tradicional fiesta de los santos. Los colegios hacen una fiesta de disfraces en la que los niños van de brujas y vampiros. Los padres tienen que echar imaginación, hoy más que nunca, a la hora de conseguir la ropa y los complementos necesarios. La publicidad se encarga poco a poco de que empecemos a referirnos con el nombre ingles de Halloween o incluso la noche de brujas a la fiesta.
Se remplaza de este modo una celebración tradicional con un sentido cristiano profundo por otra en la que prevalece lo superficial. Un autor ha escrito a este respecto: "... muchos cristianos han olvidado el testimonio de los santos y se sienten más atraídos a festejar con brujas y fantasmas. Este fenómeno es parte de un retorno al paganismo que va ocurriendo gradualmente. Al principio no se percatan de los valores que abandonan ni tampoco entienden el sentido real de los nuevos símbolos. Les parece todo una broma, una diversión inofensiva de la que se intentan lucrar otros. Lo hacen por llenar un vacío, porque los santos ya no interesan y las prácticas paganas y ocultistas ejercen una extraña fascinación". Debemos estar alerta ante este fenómeno y no perder el sentido primigenio de la fiesta de todos aquellos que nos han precedido y en muchos casos nos orientan y ayudan con su testimonio. Hay que recordar que el mes de noviembre comienza con dos importantes fiestas para la Iglesia. La fiesta de todos los santos y la de los fieles difuntos. Recordemos que en el día de de todos los santos celebramos que una gran muchedumbre de personas a lo largo de la historia han dicho con su vida sí a Dios. En esa muchedumbre no sólo están los santos reconocidos de forma oficial y que aparecen en los calendarios, sino también los bautizados de todas las épocas y lugares, que se han esforzado por cumplir con amor y fidelidad la voluntad de Dios. De la mayor parte de ellos no conocemos ni su nombre ni su vida, pero con los ojos de la fe sabemos que han alcanzado la meta. Son una multitud de hombres y mujeres que viven ya junto a Dios. Todos ellos son testigos de que la vida junto a Dios para siempre es posible para todos y cada uno nosotros. Al contemplar el ejemplo de los santos, lo que se quiere es suscitar en nosotros el gran deseo de ser como ellos. La otra fiesta con la que comienza el mes de noviembre es la de todos los fieles difuntos. En ella recordamos dos cosas. La primera es que nuestra vida terrenal tiene un final. La segunda es que la Iglesia nos invita a reflexionar sobre la muerte como el día del nacimiento a la vida eterna, “el dies natalis”. Este modo de proceder no es una rareza ni un afán de singularizarse, sino que responde a la idea cristiana que se tiene de la muerte. La Iglesia es consciente de que el hombre, como todos los seres vivos de la tierra, cambia con el paso de los años, envejece y, al final, siente en su carne la muerte corporal. Pero ella, a diferencia de quienes tienen una concepción materialista del mundo y del hombre, creemos que la muerte no es el final del camino, como dice la canción, sino el final de la etapa terrena. Es el final del caminar terreno pero no el final de nosotros mismos, de nuestro ser: nuestra alma es inmortal y nuestro cuerpo está llamado a la resurrección al final de los tiempos. La concepción que la Iglesia tiene de la muerte es, pues, profundamente esperanzada. Me atrevería a decir que es incluso gozosa. Ella no ve en la muerte una tragedia que nos destruye y sepulta en el reino de la nada, sino la puerta que nos abre a una nueva vida; vida que no tendrá fin.