Adviento
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- Categoría: Actualidad Diocesana
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Hoy no viene nada mal que se nos hable de esperanza. No podemos vivir mirando hacia abajo. Hay que levantar la vista y eso es el Adviento. En la antigüedad, la palabra “Adviento” se utilizaba para expresar la venida o la llegada de un personaje importante, como podía ser el rey o el emperador, a una región o territorio concreto. También solía utilizarse para indicar que la divinidad salía de su ocultamientos para manifestarse y hacerse presente a sus seguidores. Los cristianos adoptaron la palabra “adviento” para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre provincia llamada tierra para visitarnos a todos.
Con la palabra adventus se pretendía decir: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no lo podemos ver y tocar como sucede con las realidades sensibles, Él está presente y viene a visitarnos de múltiples maneras. Desde el respeto más escrupuloso a la libertad de cada uno llama a la puerta de nuestro corazón y espera que le dejemos entrar para ser nuestro compañero de camino. Dios quiere hablarnos y escucharnos. Por eso podemos presentarle en todo momento las angustias, los sufrimientos, las preocupaciones y las preguntas sin respuesta que brotan de lo más profundo de nuestro corazón. En medio de esta terrible crisis podemos tener la certeza de que Dios sigue a nuestro lado para escuchar nuestras inquietudes y para clarificar nuestras dudas. Día tras día, cuando contemplamos nuestro alrededor, podemos afirmar con rotundidad que es necesaria la esperanza. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente en el transcurso de nuestra vida, nos acompaña y un día secará también nuestras lágrimas. Pero hay formas muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno por un presente dotado de sentido, la espera corre el riesgo de convertirse en insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente queda vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grave, porque el futuro es totalmente incierto. Cuando en cambio el tiempo está dotado de sentido y percibimos en cada instante algo específico y valioso, entonces la alegría de la espera hace el presente más precioso. El Adviento cristiano se convierte en una ocasión para volver a despertar en nosotros el verdadero sentido de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado por largos siglos y nacido en la pobreza de Belén. Al venir entre nosotros, nos ha traído y continúa ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos afligen, la impaciencia, las preguntas que nos brotan del corazón. ¡Estamos seguros de que nos escucha siempre! No existe ningún tiempo privado de sentido y vacío. Él está presente y podemos seguir esperando también cuando los demás no pueden asegurarnos más apoyo, aún cuando el presente es agotador.