El final del tunel
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- Categoría: Actualidad Diocesana
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El final del túnel parece que sigue estando lejos y España sigue en una crisis económica y financiera que está dejando tirados a muchos. Una crisis que se fundamenta sobre la crisis ética que amenaza a toda Europa. Estos días se ha visto con mayor crudeza una realidad insostenible. Una realidad de pobreza y desesperación. En estos momentos no están en discusión, e incluso son reconocidos socialmente, la realización de gestos y valores que conllevan ser solidarios, el compromiso por los demás, la responsabilidad por los pobres y los que sufren, pero con frecuencia se echa en falta una continuidad, una capacidad de que esa solidaridad permanezca en el tiempo. No tenemos que irnos muy lejos ya que en muchas ocasiones percibimos cómo prevalece en nuestro interior el interés propio, o de los míos, unido a una cierta sensación de impotencia y sin casi darnos cuenta pasa a un segundo lugar el deseo de ser solidarios.
Vivimos así en una realidad ambivalente entre un deseo que quiere concretarse pero parece no durar en el tiempo. De esta situación surgen algunas preguntas fundamentales: ¿Dónde está la luz que pueda fortalecer nuestro deseo, no sólo con ideas generales, sino con realidades concretas? ¿Dónde está la fuerza que nos haga permanecer en la solidaridad? Si miramos nuestro interior vemos que no puede surgir de nuestra sola voluntad. Tiene que haber algo o alguien que nos haga permanecer, que nos haga mirar hacia el futuro con esperanza y por lo que merezca la pena esforzarse. Hoy en día son muchos los que reconocen que es necesario un nuevo modelo económico, pero hay que pasar de las palabras a los hechos. Concretar un nuevo planteamiento de un desarrollo integral, solidario y sostenible exige una correcta escala de valores y bienes, que se pueden y deben estructurar teniendo a Dios como referencia última. La historia nos muestra que no basta con disponer de muchos medios, aunque sean necesarios. Lo que importa es para qué y para quienes son usados. Si se opta por un uso egoísta, individual o corporativo, de los mismos ya vemos hasta donde hemos llegado. Se acumulan en manos de unos pocos, los fuertes, y la gran mayoría carece de ellos. Si se plantea un uso solidario de los bienes se podrá alcanzar el deseado bien común. Para salir de la actual crisis financiera y económica – que tiene como efecto un aumento de las desigualdades – se necesitan personas, grupos e instituciones que promuevan la dignidad de toda persona humana, comenzando por defender como primer bien la dignidad de la vida. Hay que ser creativos para aprovechar incluso la crisis como una ocasión de discernimiento y para experimentar un nuevo modelo económico. El que ha prevalecido hasta hoy postulaba la obtención del máximo beneficio y el consumo, desde una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas, dentro de una competencia feroz, por lo que tienen y no por lo que son. Desde otra perspectiva, el éxito auténtico y duradero de la persona se obtendría con el don de uno mismo, de las propias capacidades intelectuales, de la propia iniciativa, puesto que un desarrollo económico solidario, es decir, auténticamente humano, necesita del principio de gratuidad como manifestación de fraternidad y de la lógica del don. De este modo, cada hombre se encontraría así trabajando no sólo para sí mismo, sino también para dar a los demás un futuro y un trabajo digno. La aportación de los cristianos en este sentido debe ser real y aportar una creatividad fundamentada en el convencimiento de que la generosidad y un amor desprendido de sí son el camino que conduce a la plenitud de la vida.