Beato Apolinar Franco, fraile franciscano OFM. Nació en Aguilar de Campos (Valladolid) en 1570 Murió mártir en Omura (Japón) el 12.IX.1622 Fue beatificado el 7.VII.1867.
|
JAPÓN, UNA TIERRA NUEVA DE MÁRTIRES VALLISOLETANOS
por Javier Burrieza Sánchez, Historiador
El Lejano Oriente se había convertido en un espacio para probar las virtudes heroicas de los santos vallisoletanos. Ocurrió, según hemos visto, con el franciscano de La Parrilla san Francisco de San Miguel; y con los dominicos san Mateo Alonso de Leciñana de Nava del Rey y san José Fernández de Ventosa. Mientras que el primero fue mártir del Japón a finales del siglo XVI, los segundos ofrecieron su vida en el actual territorio de Vietnam en el XVIII y el XIX respectivamente. Volvemos ahora al Japón y con un franciscano. Se decía que los padres de Apolinar Franco eran “nobles y virtuosos”, lo que significaba en el lenguaje de la hagiografía que le enseñaron a ser cristiano. Lo cierto es que aquel niño nacido en la localidad de Aguilar de Campos [ver su imagen en la parroquia], a pocos kilómetros de Medina de Rioseco, todas ellas pertenecientes a la diócesis de Palencia, concluidos sus estudios de latinidad, ingresó en el convento de los franciscanos en Salamanca. Prosiguió su formación universitaria, convirtiéndose en un gran canonista, experto además en moral. Sin embargo, mostró pronto su orientación hacia las misiones de infieles. Manila fue su primera meta, tras el penoso y prolongado viaje acostumbrado, pudiéndose encontrar allí en 1600. Destacó en aquella ciudad colonial, en los ministerios del púlpito y del confesionario, sumándose ocho años después a la Provincia de San Gregorio. Cuando pasó por Manila el padre Diego de Chinchón, como comisario visitador de la mencionada demarcación, consideró que un número de franciscanos debían ser enviados a Japón, entre ellos fray Apolinar. Era agosto de 1611. En sus nuevas tierras de misión, la presencia de los cristianos era notable desde los tiempos del jesuita Francisco Javier, además de haber contemplado los primeros fieles de aquel reino a los mártires que fueron ejecutados en Nagasaki, entre los que hubo un importante número de franciscanos, uno de ellos el mencionado vallisoletano san Francisco de San Miguel. En 1614, se decretaba el edicto de persecución contra los cristianos pero Apolinar Franco permaneció en su puesto, siendo incluso nombrado ministro provincial del Japón. Tres años después, estando en Nagasaki, conoció que en Omura el número de cristianos era muy abundante, a pesar de la crudeza y violencia de la persecución. Con todo, decidió encaminarse hacia allí, vestido con su hábito franciscano, predicando públicamente en el camino, logrando además importantes conversiones. Los bonzos denunciaron esta actitud ante el gobernador, ordenando éste su arresto el 7 de julio de 1617, encerrándolo en la prisión de Omura, en compañía de otros cristianos japoneses. Cinco años de encierro aunque los carceleros permitían contactos del padre Apolinar con los fieles. Uno de los catequistas, bautizado como Francisco, tuvo conocimiento de esta situación del padre Apolinar o Apolinario y denunció ante el gobernador la crueldad con la que era tratado el misionero extranjero. Tanto enfureció a la autoridad esta defensa entre cristianos, que igualmente le encarceló, recibiéndole el padre Apolinar como novicio con el nombre de fray Francisco de San Buenaventura. No fue el único como sucedió también con fray Pablo de Santa Clara o con los que formaron parte de la Orden Tercera franciscana. Así pues, aquella cárcel fue casi un convento de los hijos del Seráfico Padre. Las decisiones finales llegaron en septiembre de 1622. Veinte de los prisioneros de Omura fueron conducidos a Nagasaki, donde fueron ejecutados, mientras que ocho permanecieron en esta población, además de Apolinar Franco. Aquí fueron condenados a la hoguera, siendo quemados vivos el 12 de septiembre de 1622. El reconocimiento de sus virtudes, al menos como beato y para la primera orden de San Francisco, lo declaró el papa Pío IX el 7 de julio de 1867. Un pontificado donde se recordó el carácter misionero de la Iglesia durante los siglos pasados. Años después, en 1910, fray Lorenzo Pérez publicaba en la revista “El Eco Franciscano” la primera biografía de este misionero de Tierra de Campos.
|