Funeral por el eterno descanso de D. José Delicado
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18.marzo.2014__ La Catedral de Valladolid ha acogido la celebración de exequias por D. José Delicado Baeza. A las 17:00 h. llegó a la puerta principal del templo el féretro, con los restos del arzobispo emérito, que fue recibido por los 26 obispos concelebrantes, los miembros del Colegio de Consultores, los canónigos del Cabildo Catedral y los diáconos permanentes. Después del rito de entrada, seis diácono cargaron a hombros con el féretro que lo llevaron en procesión hasta el pie de la escalinatala del presbiterio.
En su homilía, D. Ricardo Blázquez afirmó que el episcopado de D. José "fueron 27 largos años de servicio pastoral, años laboriosos y años fecundos. Yo, en nombre de la Diócesis de Valladolid, ante todos, quiero hacerme eco de la deuda impagable que hemos contraído con nuestro querido D. José."
Una vez concluida la Eucaristía, los restos mortales de D. José delicado fueron depositados en una sepultura situada en la capilla de la Virgen del Sagrario, dentro de la Catedral de Valladolid.
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— Archivo de audio Mp3 con la Homilía completa— Prelados presentes en la celebración.
Piero Marini, Arzobispo de la Curia Romana. Actualmente es Presidente del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales.
6 Arzobispos:
19 Obispos:
— Prelados enterrados en la S.I. Catedral de Valladolid.
1600 D. Bartolomé de la Plaza, obispo
"Yo, en nombre de la Diócesis de Valladolid, ante todos, quiero hacerme eco de la deuda impagable que hemos contraído con nuestro querido D. José."D. Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid |
.................................................................................................................................................Homilía de D. Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid.
A la edad de 87 años termina de dejarnos D. José, pastor de nuestra Iglesia de Valladolid; acudiendo a la cita respondió a la última llamada del Señor. Durante nada menos que 27 años presidió con dedicación sacrificada y constante la Diócesis que el Señor le había confiado.
Antes había ejercido el ministerio episcopal en la Diócesis de Tuy-Vigo, desde el año 1969-1975. Sus primeros años de episcopado coincidieron con la situación de Iglesia en plena efervescencia postconciliar y en los comienzos de la transición política en nuestro país. Aquel tiempo exigía claridad para distinguir la palabra de los ruidos, la esperanza de renovación auténtica de otros proyectos en los que a veces se mezclaba el metal precioso con la ganga, comprensible en momentos de grandes cambios. Los pastores de la Iglesia de aquellos años son acreedores de nuestra particular gratitud.
La colaboración de D. José en la Conferencia Episcopal Española, que poco antes había comenzado su andadura, ha sido relevante. Presidió la Comisión Episcopal del Clero y la de Enseñanza y Catequesis; fue durante dos mandatos Vicepresidente de la Conferencia y durante otros dos miembro del Comité Ejecutivo. La identificación profunda con el ministerio episcopal, su apertura a los nuevos tiempos, su capacidad de discernimiento, la lucidez que le otorgaba la oración como diálogo con Dios que le ha caracterizado siempre a D. José, la confianza en los colaboradores, la generosidad sacrificada y valiente, hicieron de D. José un referente importante. En la Casa de las Hermanitas de los Pobres, a las que agradezco su excelente hospitalidad, son testigos de la oración larga y sosegada de D. José. Orando fue también pastor.
La celebración de la Eucaristía de hoy, al tiempo que es súplica confiada a Dios por el eterno descanso de D. José y fortalecimiento de nuestra esperanza, es también expresión de nuestra gratitud por su ministerio, su persona y su vida. Despedimos a un pastor que durante tantos años guió a nuestra Diócesis; y que ha dejado entre nosotros una estela de sencillez, de respeto y de bondad; supo retirarse a la ocultación orante. Pidió que su funeral transparentara la “sencillez evangélica”. Su memoria nos hace presente a una persona que pasó haciendo el bien, a un vigilante atento que desde su atalaya ministerial cuidó y protegió la grey. Hizo realidad su apellido “Delicado” con su manera de relacionarse con los demás: Delicadamente, sin producir la mínima molestia. Pasando desapercibido ante los demás, pero despierto ante Dios desde antes del amanecer cada mañana.
Estoy convencido de que rehuía hablar de sus posibles molestias y sufrimientos porque no quería ser centro de atención ni producir inquietud en otros. Cuando desde hace algún tiempo su mermada salud emitía signos de una fase de quebranto, escondía lo que podía sus dolencias y limitaciones. Se durmió dulcemente en el Señor; el sueño de la muerte se fundió con el descanso de la noche del día 17 al 18. Hoy la víspera de la fiesta de San José, “hombre justo” (Mt. 1, 19), patrono de la Iglesia, de los seminarios y de la buena muerte, pedimos para nuestro hermano y pastor la acogida en la familia de los santos del cielo, en los brazos de Dios Padre, en el regazo maternal de Santa María la Virgen. ¡Que nuestra Señora, Madre de esperanza y de misericordia, muestre a D. José, que termina de recorrer la peregrinación de la vida, a Jesús el Fruto bendito de su vientre!.
La irradiación apostólica de D. José tuvo en nuestra Diócesis y en el entorno de otras Diócesis hermanas una influencia grande, que me parece justo recordar. En la expansión de la ciudad fueron construidos nuevos templos parroquiales. Hace pocos días hemos celebrado en Villagarcía de Campos el Encuentro XXXIII de Obispos, Vicarios y Arciprestes de la llamada “Iglesia en Castilla”, en que anualmente se reunen representantes de estas Diócesis, pequeñas, con numerosas parroquias, dispersas en un amplio territorio, con un alto grado de envejecimiento. Entre todas han podido asumir orientaciones, uniendo esfuerzos, que cada una por su cuenta con gran dificultad podían emprender. “Iglesia samaritana” fue el lema que condensaba una extraordinaria generosidad de orden pastoral, espiritual y también social. Ha sido una iniciativa de largo alcance que pusieron en marcha quienes entonces ejercían la responsabilidad episcopal, entre los cuales sobresalía D. José, acogiendo perspectivas nuevas, alentando a las personas y unificando esfuerzos.
Hace unos meses hemos celebrado el XXV aniversario de la primera exposición, en Valladolid, de las Edades del Hombre, que produjo una sorpresa admirable por la belleza de las piezas expuestas, por la forma catequética de mostrarlas y por la actualidad del inmenso y precioso patrimonio de Castilla y León, que hemos recibido de los que nos precedieron en la fe y en la piedad. La fe cristiana habla el lenguaje de la belleza y del esplendor, de la cultura, del amor sacrificado y solidario, de la esperanza ayer, hoy y siempre.
El Centro Diocesano de Espiritualidad, anejo al Santuario Nacional de la Gran Promesa, es pulmón espiritual de la Diócesis y lugar de encuentro de numerosas realidades pastorales diocesanas y de otros muchos lugares. Aquí vivió el Beato Padre Bernardo de Hoyos y recibió un mensaje destinado a irradiar el amor del Sagrado Corazón de Jesús en quien reverbera la misericordia del Padre Dios. Pues bien, también durante el ministerio episcopal de D. José fue restaurado el antiguo Colegio de San Ambrosio, hoy Centro de Espiritualidad.
Han sido 27 largos años de servicio pastoral, años laboriosos y años fecundos. Yo, en nombre de la Diócesis de Valladolid, ante todos, quiero hacerme eco de la deuda impagable que hemos contraído con nuestro querido D. José. Me alegro, poder romper hoy su recato a aparecer públicamente, en esta celebración de oración, de agradecimiento y de esperanza; por no hacer sombra a nadie se ocultó obstinadamente. El nunca alardeó de nada; pero hoy quiero pronunciar su alabanza en esta asamblea cristiana.
“Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos” (cf. 2 Tim. 2). La presencia de Jesucristo por la fe, la oración y la actividad apostólica es la raíz de la vida de todo discípulo misionero del Señor, y en esto ha consistido la existencia de D. José. El sentido de la vida de un cristiano es seguir a Jesús por los senderos apostólicos de Galilea, subir a Jerusalén para entregar la vida y confiar en la victoria definitiva del Señor que se manifiesta en una vida nueva y eterna, bella y feliz.
¡Muchas gracias por vuestra presencia y oración!
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