África
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- Categoría: Actualidad Diocesana
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Estamos dentro de un torbellino de noticias que nos cuesta digerir y distinguir lo importante de lo accesorio. Hace unos pocos días se nos mostraba la hambruna presente en el Cuerno de África. Anteriormente fue la guerra de los Grandes Lagos. ¿Han dejado de morir de hambre o han desaparecido las guerras en África? El hecho de que no salgan imágenes terribles en los periódicos o en las televisiones no significa que la situación haya cambiado sino todo lo contrario, se está agravando día tras día.
La única causa de esta situación no es la pobreza sino el empobrecimiento. África es rica en recursos humanos y naturales de los que otros se aprovechan mientras que la gran mayoría de africanos se debaten en la miseria y las guerras, entre la crisis y el caos. Muy raramente todo esto es causado por desastres naturales. Se debe, más bien y en gran medida, a decisiones y acciones humanas de personas que no tienen ninguna consideración por el bien común sino sólo el afán de lucro que con frecuencia cuentan con la trágica complicidad y conspiración criminal de los responsables locales que no dudan en servir a su bolsillo sirviendo a intereses extranjeros. Como se dice vulgarmente se une el caldero y la soga. El último Sínodo africano denunciaba con claridad esta situación: “Cualquiera sea la ingerencia de los intereses extranjeros, se da siempre la vergonzosa y trágica complicidad de los líderes locales: políticos que traicionan y malbaratan sus naciones, hombres de negocios corruptos que son cómplices con multinacionales rapaces, comerciantes y traficantes de armas africanos que han hecho fortuna con el comercio de armas pequeñas que causan gran destrucción de vidas humanas, así como de agentes locales de las organizaciones internacionales a quienes se les paga para difundir ideologías letales en las que ellos mismos no creen”. La terrible consecuencia de esta trama está bien a la vista: pobreza, miseria y enfermedades; refugiados dentro y fuera del país y en ultramar, la búsqueda de una vida mejor que lleva a la fuga de cerebros, emigración clandestina y tráfico de seres humanos, guerras y derramamiento de sangre, frecuentemente hechos por encargo, la atrocidad de los niños soldados y la indecible violencia hacia las mujeres. El obispo de Tshumbe (República Democrática del Congo), Nicolas Djomo Lola, denunciaba hace unos meses: “Deploramos que la comunidad internacional no haga lo suficiente para poner fin a estas guerras y que no se interesen suficiente por su causa, que no es otra que el saqueo de recursos.... hoy los diamantes, el oro, el coltán, el uranio y otros minerales indispensables para las nuevas tecnologías y para la carrera espacial, continúan siendo el motivo de los sufrimientos”. Ante esta situación el Sínodo africano proclamó de forma clara y contundente la necesidad de que sea el africano el que renueve África y la necesidad de un cambio en el comportamiento de las entidades extranjeras por amor a las generaciones presentes y futuras. Hay que tratar a África con respeto y dignidad. África desde hace tiempo reclama con gemidos un cambio en el orden económico mundial en cuanto a las estructuras injustas acumuladas que pesan sobre ella. La reciente turbulencia en el mundo financiero demuestra la necesidad de un radical cambio de las reglas. Pero sería una tragedia si las modificaciones se hicieran sólo en interés de los ricos y una vez más en perjuicio de los empobrecidos. Muchos de los conflictos, guerras y empobrecimiento de África derivan principalmente de estas estructuras injustas. Un orden mundial nuevo y justo no es solamente posible, sino necesario para el bien de toda la humanidad.