Decir Domund...
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- Categoría: Actualidad Diocesana
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Decir DOMUND es decir misiones, misioneros, y recordar a tantas personas que gozosamente están en un lugar prácticamente desconocido, mostrando con sus palabras y su vida el rostro cercano y amable de Dios. El contacto real con ellos hace sentir en el corazón que, a pesar de las dificultades, sigue habiendo personas que se olvidan de sí mismas para darse a los demás. Un recuerdo que nos supone un compromiso ante el testimonio esos hombres y mujeres que, con sencillez de corazón, ponen su mirada y vida cerca de los más pobres y abandonados. En muchos casos son la única esperanza para los últimos y la voz de los sin voz.
En ellos se concreta cómo al anunciar el Evangelio, la Iglesia se toma en serio la vida humana en sentido pleno. No es aceptable que en la evangelización se descuiden los temas relacionados con la promoción humana, la justicia y la liberación de toda forma de opresión. Desinteresarse de los problemas concretos de la humanidad significaría ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor al prójimo que sufre o padece la injusticia. La Iglesia, por su propia naturaleza, misionera. Existe para evangelizar. En consecuencia, no puede nunca cerrarse en sí misma. Arraiga en determinados lugares para ir más allá. Esa tarea de la misión es hoy más urgente que nunca. La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. Una mirada global a la humanidad demuestra que esta tarea se halla todavía en los comienzos y que el cristiano debe comprometerse con todas las energías a esta labor. Los cristianos no podemos quedarnos tranquilos al pensar que, después de dos mil años, aún hay pueblos que no conocen a Cristo y no han escuchado aún su mensaje de salvación. Pero además hoy en día no hay que irse muy lejos para ponerse manos a la obra ya que es cada vez mayor la multitud de aquellos que, aun habiendo recibido el anuncio del Evangelio, lo han olvidado y abandonado, y no se reconocen ya en la Iglesia. A nuestro alrededor hay muchas personas y ambientes, también en sociedades tradicionalmente cristianas, que son hoy reacios a abrirse a la palabra de la fe. Está en marcha un cambio cultural, alimentado por la globalización, por movimientos de pensamiento y por el relativismo imperante, un cambio que lleva a una mentalidad y a un estilo de vida que prescinden del mensaje evangélico, un clima en el que vivir como si Dios no existiese, y que exaltan la búsqueda del bienestar, de la ganancia fácil, de la carrera y del éxito como objetivo de la vida, incluso a costa de los valores morales. Por eso, hoy más que nunca, nada ni nadie queda excluido del ámbito misionero. Una tarea que es universal, para todos y de todos. Sería un error hacer de esta actividad y su necesidad de hacerse en conjunto compartimentos estancos, para unos pocos, para especialistas. La misión es universal porque implica a todos, todo y siempre. El Evangelio no es un bien exclusivo de quien lo ha recibido; es un don que se debe compartir, una buena noticia que es preciso comunicar. Por eso mismo el Papa recientemente indicaba: “En realidad cada cristiano debería hacer propia la urgencia de trabajar para la edificación del Reino de Dios. Todo en la Iglesia está al servicio de la evangelización: cada sector de su actividad y también cada persona, en las varias tareas que está llamada a realizar. Todos deben ser partícipes de la misión ad gentes: obispos, presbíteros, religiosos y religiosas, laicos. Ningún creyente en Cristo puede sentirse extraño a esta responsabilidad que proviene de la pertenencia sacramental al Cuerpo de Cristo”.