La alegría: testimonio del compromiso de los creyentes con el Evangelio
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La misa del domingo 11 de diciembre de 21.15 h. de los jesuitas fue presidida por el arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, quien quiso compartir con la comunidad de los domingos esta celebración. Sus palabras fueron dedicadas a la alegría, como mejor muestra y testimonio del compromiso de los creyentes con el Evangelio, invitando a los feligreses a mostrar el gesto alegre en el trabajo, en sus hogares y en su día a día.
Una actitud positiva infundida por la fe y la esperanza que debe prevalecer aun afrontando dificultades en cada uno de los ámbitos de la vida cotidiana. La lectura del evangelio de San Juan inspiró la homilía de Ricardo Blázquez: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vieran la fe. No era é la luz, sino testigo de la luz”.
Como cada domingo, José María Rodríguez Olaizola sj y Carlos Mulas sj concelebraron esta eucaristía que ya cuenta con una comunidad integrada por creyentes asiduos de todas las edades que no fallan a la cita. Cada festivo, los bancos están ocupados por hombres y mujeres, niños y adultos, universitarios y jubilados, vecinos de Valladolid y de otras localidades limítrofes que hacen lo posible por acudir fielmente. También el coro de las 21.15 h. es fiel a este compromiso y sus más de 30 integrantes ponen voz y música a este encuentro. Gracias a la asiduidad de muchos de los feligreses, después de la misa se dedican entre ellos un tiempo a intercambiar y compartir opiniones, deseos y anécdotas, convirtiendo este encuentro dominical en una gran reunión casi familiar.
La ceremonia, y como la de cada domingo, terminó con una poesía si bien fue un ‘Canto de Adviento’ que evoca esta alegría:
No hay que temer al fracaso, a la lucha,
al dolor, a los pies de barro
o a la debilidad.
No hay que temer a la propia historia,
con sus aciertos y tropiezos;
ni a las dudas; ni al desamor;
que la vida es así, compleja,
turbulenta, hermosa, incierta.
Pero luchemos
contra la tristeza perenne,
esa que se instala en el alma
y ahoga el canto.
Alimentemos la semilla de la alegría
que Dios nos plantó muy dentro.
Que surja, poderosa, la voz esperanzada,
esa que clama en desiertos y montes,
en calles y aulas,
en hospitales,
en prisiones,
en hogares y en veredas.
Cantemos, hasta la extenuación,
la vida del Dios hecho Niño,
del Niño hecho Hombre,
del Hombre crucificado
que ha de vencer a la cruz, una vez más.
Nadie va a detener al Amor
que se despliega, invencible,
en este mundo que aguarda.
Aunque aún no lo veamos.