Fijarse en el otro
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- Categoría: Actualidad Diocesana
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La Cuaresma nos ofrece año tras año la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: el amor. Es una oportunidad para el cristiano de renovar su fe. Este año en concreto el papa nos invita en un mensaje que nos ha enviado a fijarnos en un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: “Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras” (10,24). Es una invitación a prestar atención, a fijar la mirada en el ser humano y a estar atentos los unos de los otros. Lo que ocurre al de al lado, pero también al lejano, me afecta a mí y no puedo volver la cabeza hacia otro lado.
Sin embargo la preocupación por el otro no es lo común y con frecuencia prevalece en nosotros la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la esfera privada. En muchas ocasiones si queremos saber del otro es para regodearnos de sus trapos sucios. Pero en el fondo todo ello no nos queda satisfechos y resuena en nuestra conciencia la necesidad de preocuparse del que sufre. Lo que pide el corazón, lo que es de verdad humano son unas relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por desear y ayudar al bien del otro. El bien no es difícil de apreciar, es todo aquello que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. Hay que estar en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de anestesia que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. ¿Qué es lo que hoy impide una mirada humana y amorosa hacia el otro? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. No podemos endurecer nuestro corazón hasta ser incapaces de no ver al que sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca pueden debilitar nuestra sensibilidad hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. Normalmente es la humildad y la experiencia personal del sufrimiento la que puede ser fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero otro yo, a quien Dios ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente y se podrá gestar una sociedad nueva. El papa también nos invita a fijarnos en el otro en su integridad como persona. Podemos ser muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la complicidad ante las situaciones de injusticia en las que viven tantos seres humanos. Hay que denunciar el mal y sus causas. No podemos olvidarnos de la dimensión profética del cristiano. Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Muchos de nosotros por respeto humano o por simple comodidad, nos adecuamos a la mentalidad común, en lugar de ponernos y poner en guardia sobre los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Lo que anima al cristiano no es un espíritu de condena o recriminación; lo que mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la gratuidad y la solidaridad.