Mal de todos
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- Categoría: Actualidad Diocesana
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Hay un refrán español que dice “mal de muchos consuelo de tontos”. La sabiduría popular refleja en este caso con maestría lo que estamos viviendo. Pero quizás habría que considerar un matiz y es que hoy en día el mal es de todos. Los que saben de estas cosas dicen que hemos entrado en una recesión económica y nos empachan con cifras que muchas veces no entendemos. Nos hablan de prima de riesgo, la bajada del IBEX 35, la venta de deuda pública,… Son palabras nuevas y que nos cuesta comprender. Lo que sí entendemos y muy bien es que en el día a día hay que hacer verdaderas pirueteas para poder sobrevivir.
Los recibos de luz, agua, del gas, la subida de los alimentos,… se van haciendo cada a vez más difícil de afrontar. La cosa empeora cuando la Estadista de Población Activa nos indica lo que vemos todos los días y es que el paro subió en 365.900 personas a lo largo del primer trimestre del año, situándose el número total de desempleados en 5.639.500 personas. La cifra del paro es aterradora, ahora mismo casi una de cada cuatro personas que pueden trabajar no pueden hacerlo. Unos números inéditos hasta ahora para la sociedad española que hacen que parezca normal lo anormal. ¿Quién no conoce a alguien en paro o sufre el desempleo? En las conversaciones del día a día surge espontáneamente la preocupación por no tener trabajo y late en todas ellas un cierto pesimismo. El número de hogares con todos sus miembros activos en paro es de 1.728.400. Estos hogares ya ni siquiera pueden hacer números para llegar a fin de mes, los números se hacen para llegar al día de mañana. Ante esta situación la recesión no es sólo económica sino integral. El deterioro personal y social que se manifiesta tras estas cifras de paro no se puede ocultar. El que no encuentra trabajo cae en la desesperación y corre el riesgo de quedar al margen de la sociedad y de convertirse en víctima de la exclusión social. Los que más lo padecen son los jóvenes, el futuro que no tiene presente, con casi la mitad en paro y que encuentran día tras día un mayor número de dificultades para buscar un empleo. La sociedad sufre y sufrirá la perdida de esta mano de obra que con su trabajo crearía riqueza. Pero surge también cada vez con más fuerza un deterioro cada vez mayor de las condiciones de trabajo. La trampa es que cuando hay muchos para un puesto de trabajo no se puede pretender tener derechos. El empleo se deteriora cada vez más y se constituye así lo que califican como una “filosofía de la empleabilidad”. Esta palabreja no es otra cosa que desvincular al trabajador de su entorno y su vocación reduciéndole a mero capital humano. Se mete en el mismo saco a las personas y a las cosas y nuestras leyes lo certifican al poblarse de conceptos como productividad, competitividad, eficiencia, etc. Se exige así que el ser humano se adapte a las exigencias de los mercados. Lo que importa ya no es la vida personal ni familiar, ni la vocación profesional de la persona, lo que importa es el interés de los mercados. Pero eso no debe ser así hay que defender que el trabajo digno es un derecho fundamental y un bien para el hombre y toda la sociedad. El trabajo digno es necesario para formar y mantener una familia, adquirir el derecho a la propiedad y contribuir al bien común de toda la humanidad. Por eso mismo el paro y el empleo precario son una verdadera calamidad social. El trabajo es un bien de todos, que debe estar disponible para todos aquellos capaces de él. La plena ocupación es, por tanto, un objetivo obligado para todo ordenamiento político y económico que esté orientado a la justicia y al bien común. De hecho la capacidad propulsora de una sociedad orientada hacia el bien común y proyectada hacia el futuro se mide a partir de las perspectivas de trabajo digno que puede ofrecer.