D. Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid desde el 17 de abril de 2010 y Cardenal de la Iglesia Romana desde el 14 de febrero de 2015
El Año Santo comienza con un signo muy elocuente: Se abre la Puerta Santa, que podemos atravesar con la seguridad de que Dios nos ofrece su fuerza para acompañarnos y la misericordia para caminar hacia el futuro renovados, serenos y esperanzados.
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El día 11 de abril de este año 2015 firmó el Papa en Roma la Bula de Convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Comienza el día 8 de diciembre solemnidad de la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen y concluirá en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, el día 20 de noviembre de 2016, en que culmina el Año litúrgico.
Las fechas elegidas son significativas. Fue dada en Roma la Bula de convocatoria el Domingo de la Divina Misericordia. ¿Por qué comienza el día 8 de diciembre?. Lo dice el Papa en la Bula. El día 8 se cumplen cincuenta años de la clausura del Concilio Vaticano II, el acontecimiento más relevante de la historia de la Iglesia en los tiempos modernos, que la Iglesia debe recordar y mantener vivo; el recuerdo no es para la nostalgia sino para la esperanza que es acción de gracias e impulso para el presente y el futuro. Podemos decir que con el Vaticano II comienza una nueva etapa en la historia de la evangelización.
Un rasgo particular recuerda el Papa. Juan XXIII convocó el Concilio para indicar el camino que la Iglesia debe seguir en nuestro tiempo: “Usar la medicina de la misericordia”. Y Pablo VI al concluir el Concilio se expresaba de esta manera: “La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio”. Tomemos nota del ámbito en que se inscribe el Concilio: La mirada compasiva de Dios hacia la humanidad. Nos acercamos, por tanto, a la celebración del Año Jubilar con la confianza en que Dios nos espera y nos recibe, como acogió el padre al hijo pródigo, que de manera insuperable pintó Rembrandt en el cuadro conservado en el museo el Ermitage de San Petersburgo. El padre abraza al hijo que llega de lejos, con los pies heridos y cubierto de andrajos. El Papa Francisco recuerda en el número 8 de la Bula por qué había elegido el lema concreto de su ministerio episcopal; le había impresionado la narración de la vocación de Mateo y la comida de Jesús con los pecadores, a los que hacía partícipes del perdón de Dios (cf. Mt. 9, 9-13). Jesús miró a Mateo con amor misericordioso y lo eligió (Miserando atque eligendo).
En el corazón del Evangelio vibra el amor misericordioso de Dios Padre, que transparenta el rostro compasivo de Jesús. En la historia de Jesús, en sus parábolas y hechos, en la forma de tratar a las personas enfermas, marginadas, pecadoras, indefensas e indigentes se refleja la bondad del Padre Dios. A lo largo del Año Santo tendremos la oportunidad de meditar el rico texto de la Bula de convocatoria, que os invito a leer. A veces nos hacemos una idea de Dios imponente y amenazador que no corresponde en absoluto a la imagen de Dios que encontramos en el Evangelio. Dios ejercita su poder no asustando sino manifestando su omnipotencia sobre todo con la misericordia y el perdón.
El Papa Juan Pablo II, en su preciosa encíclica Dives in misericordia (Rico en misericordia), quiso poner de relieve y proclamar la misericordia de Dios, que ha olvidado la cultura moderna (nº2). La norma rigurosa o el arbitrio sin control, la violencia o el desprecio guían a veces el proceder del hombre. Es necesario anunciar en nuestro mundo que Dios está cerca, que incansablemente nos ofrece el perdón, necesario para vivir con serenidad y regenerar la esperanza. A veces miramos de antemano a las personas con dureza de corazón y después de actuar con el mismo endurecimiento no les abrimos la puerta de la misericordia. Esta actitud es corroborada por el dicho extendido “piensa mal y acertarás” según el cual el primer movimiento es la sospecha ante los demás. ¿Por qué no cambiar ese dicho por otro impregnado de magnanimidad y que algunos de noble corazón intentan difundir “piensa bien, aunque te equivoques”? Es verdad que las personas con frecuencia defraudamos la confianza que otros han depositado en nosotros, ya que sólo la esperanza en Dios no defrauda, pero miremos el mundo con los ojos iluminados por la misericordia que Dios ejerce con nosotros. Es posible armonizar el realismo y la esperanza, el atenimiento a la realidad y la misericordia.
El Año Santo comienza con un signo muy elocuente: Se abre la Puerta Santa, que podemos atravesar con la seguridad de que Dios nos ofrece su fuerza para acompañarnos y la misericordia para caminar hacia el futuro renovados, serenos y esperanzados. A la Virgen María invocamos como raíz y puerta de donde vienen la luz y la salvación; es también como el puente por el que viene Dios a nosotros y nosotros caminamos hacia Dios. El día de Santa María la Virgen en su Inmaculada Concepción comenzamos el Año Santo, tomados de su mano para recorrer el camino. Ese día abre el Papa la Puerta Santa en Roma; nosotros en nuestra Diócesis abriremos la Puerta de la Misericordia el día 13 de diciembre, ya que este Jubileo no sólo se celebra en Roma sino también en las Iglesias particulares o Diócesis.
En nuestra ciudad y para la Diócesis entera tenemos la oportunidad del encuentro especial con el Señor durante el Año Santo en el Santuario del Sagrado Corazón. Por ello, el día 13 de diciembre, tercer domingo de Adviento, celebraremos la Eucaristía en la catedral y procesionalmente iremos hasta el Santuario, en que entraremos por la Puerta Santa, abierta como puerta del perdón, de la esperanza, de la reconciliación y de la fraternidad.
Os pido tres cosas: Acercarnos por la oración a Dios que es rico en misericordia, confesar nuestros pecados en el sacramento del perdón y practicar las obras de misericordia.
¡Que Dios renueve nuestro corazón y nuestra vida! Así podremos ser mensajeros de misericordia en medio del mundo.
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