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CARTA PASTORAL | Don Ricardo, Cardenal-Arzobispo de Valladolid

JORNADA DEL SEMINARIO  •  15-31 de marzo de 2016  •  A todos los fieles cristianos de la Iglesia de Valladolid •

 

JORNADA DEL SEMINARIO

arzobispo

 D. Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid desde el 17 de abril de 2010 y Cardenal de la Iglesia Romana desde el 14 de febrero de 2015

 

 

 

 

 

«Reconozco que el Seminario es la comunidad de la Diócesis en que se concentran particularmente mis cuidados pastorales, mi dedicación más atenta, mi esperanza más gozosa y mi gratitud más cordial» 

 

 

 

 

 

Reconozco que el Seminario es la comunidad de la Diócesis en que se concentran particularmente mis cuidados pastorales, mi dedicación más atenta, mi esperanza más gozosa y mi gratitud más cordial. Doy ante todo gracias a Dios porque en nuestro Seminario no cesa de correr una corriente vocacional; este año varios seminaristas recibirán la ordenación de presbítero y varios jóvenes comienzan la formación para el sacerdocio, conscientes de que el Señor unas veces les llama con claridad y otras viene susurrando su nombre. La vitalidad cristiana y apostólica de una Diócesis está íntimamente relacionada con el Seminario. La palabra Seminario tiene que ver con semilla, y consiguientemente con plantas en crecimiento, en maduración y con la esperanza de la fructificación.

 

Con ocasión de la Jornada del Seminario quiero agradecer a tantas personas que rezan, trabajan, acompañan, colaboran y tienen puesta su confianza en él. Como es conocido, este año se ha renovado el equipo de formadores: De los cuatro, dos son nuevos. Agradezco al equipo anterior su dedicación y desvelos; al nuevo manifiesto mi proximidad y confianza. Hay muchas personas que ayudan al Seminario: Sacerdotes que llevan impresa en su acción pastoral la causa de las vocaciones y prestan colaboración en sus parroquias para acoger a seminaristas en el tiempo de su formación pastoral; agradezco particularmente a las familias, que están abiertas a que alguno de sus hijos o hermanos, sean llamados, y apoyarles en este precioso camino. Hay muchos seglares y consagrados que están cerca del Seminario, participando en la oración común, en el afecto, en la esperanza de la maduración vocacional y de la ordenación como culminación de un largo camino, con las dificultades y trabajos que la formación para el sacerdocio comporta. El Seminario necesita experimentar el apoyo y el calor de la Diócesis, presbíteros, diáconos, religiosos, consagrados, familias, educadores cristianos, catequistas, grupos apostólicos de niños, jóvenes y adultos, y por supuesto del obispo.

 

En la fiesta de San José celebramos tradicionalmente la Jornada dedicada al Seminario; es punto culminante adonde conducen muchos esfuerzos y es arranque para otras muchas actividades. De esta manera la fiesta de San José es aldabonazo para una tarea primordial en la Iglesia. La razón de que la fiesta de San José sea el Día del Seminario reside en una comparación: Así como Jesús creció, fue educado y formado en el hogar de Nazaret (cf. Lc. 2, 51-52) hasta comenzar el cumplimiento de la misión que el Padre le había confiada, de manera semejante el Seminario es el ámbito eclesial en que los llamados van creciendo hasta ser candidatos aptos para recibir la ordenación sacerdotal.

 

La vida en el hogar de Nazaret discurrió bajo la custodia de San José, que ahora prolonga su protección en la vida del Seminario. Nos acogemos a la fiel custodia de San José para que acompañe y cuide las diversas etapas del itinerario de preparación humana, espiritual, teológica y pastoral de los seminaristas. Como la misión es muy importante y delicada, requiere una esmerada preparación.

 

El Seminario gira en torno a la vocación de los seminaristas. Pero ¿qué es la vocación? En el Antiguo y Nuevo Testamento hay preciosas escenas de vocación, que son también referentes de nuestra llamada y respuesta. La vocación de Abrahán (cf. Gén. 12, 1 ss), Moisés (cf. Ex. 3, 1ss.), Isaías (Is.6, 9) Jeremías (Jer.1, 7) Ezequiel (Ez.3, 1ss) son actuales. Dios dirige su llamada a la persona que ha escogido gratuitamente para confiarle una misión. La llamada es personal, como se manifiesta a veces con el cambio de nombre. Dios que llama y la persona vocacionada entran en una relación singular de amistad, de empeño en el cumplimiento de la tarea. La obediencia es la respuesta adecuada de quien ha sido llamado por Dios.

 

Jesús también fue llamado por el Padre (cf. Heb. 5, 1ss.; 8, 6ss.). Nuestro Señor, a su vez, multiplicó los llamamientos para seguirlo (cf. Mt. 4, 18-22; Mc. 3, 13; Lc. 10, 1 ss.). Jesús llamó a los que quiso o también a los que llevaba en el corazón; llamó libremente y llamó por amor. A los elegidos los hace amigos mostrándoles una confianza particular (cf. Jn. 15, 14-16). Seguir la vocación significa caminar detrás de Jesús, gozando con su compañía y cargando con la cruz de las pruebas y de la fidelidad. El seguimiento de la llamada que Jesús nos dirige comporta alegría y honda satisfacción; en cambio, el que se niega a seguir la llamada y da la espalda a Jesús se aleja triste (cf. Mc. 10, 17-22).

 

No sólo algunos fueron llamados; la misma condición cristiana fue considerada como vocación por la Iglesia desde el principio (cf. Rom. 1, 1.7; 1 Cor. 1, 1s. 26; 7, 24). Más aún, la misma Iglesia es la comunidad de los llamados, la Ecclesía, la “llamada”, la “elegida” (cf. 1 Ped. 2, 9-10; 2 Jn. 1). En la Iglesia todos hemos recibido la vocación cristiana y dentro de ella hay diversidad de vocaciones (cf. 1 Cor. 12, 4-13; 1 Ped. 4, 10-11).

 

En cada uno de nosotros convergen y se concentran varias llamadas del Señor: A la fe cristiana y a la Iglesia; y dentro de ella al matrimonio cristiano o al sacerdocio ministerial o la vida consagrada o a otras formas de vivir en la Iglesia; como cada persona es irrepetible por ello ha sido llamada también con una vocación singular, significada con el nombre nuevo grabado en una piedrecita blanca (cf. Ap 2, 17). Incluso la misma existencia es concebida en la Sagrada Escritura como llamada de Dios. En el paso de la nada a la existencia está la vocación de Dios creador (cf. Gén. 1, 1ss.). En el libro de Baruc leemos cómo la luz acude temblorosa cuando el Señor la llama; y cómo a la misma llamada responden los astros diciendo con su mismo existir “presentes” (cf. 3, 33-35).

 

Nuestra identidad más honda consiste en haber sido llamados por Dios que nos ama y cuenta con nosotros; ante Él discurre nuestra vida. ¡Qué María nos enseñe a decir sí y a responder a Dios “heme aquí”! (cf. Lc. 1, 38). ¡Qué San José nos enseñe a obedecer en silencio con la vida misma! (cf. Mt. 1, 24; 2, 13-15.21). Pidamos por nuestro Seminario y por las vocaciones al sacerdocio.

 

firma don ricardo cardenal

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