El Papa Benedicto XVI
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- Categoría: Don Ricardo, arzobispo de Valladolid
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La capilla llamada de la Sucesión apostólica, que está en la Casa de la Conferencia episcopal Española, ha sido recientemente remodelada y ornamentada por el padre Marko Ivan Rupnik. El mosaico central representa la barca de la Iglesia, donde están los doce Apóstoles con la red echada al mar. Aparecen algunos rasgos muy significativos: Pedro y Pablo tienen una mirada concorde ya que tienen un ojo común; Jesús empuña con la mano derecha el timón de la barca que es la Iglesia, según un simbolismo desde la Iglesia antigua, y con la izquierda empuja suavemente a los peces para que entren en la red; Pedro rema también en el puesto de mando al lado de Jesús. La barca es la del Mar de Galilea con la pesca milagrosa después de la resurrección de Jesús, y también la Iglesia que en cada generación faena por los mares de la historia. Jesús no se ha bajado de la barca, aunque actualmente esté oculto; nos acompaña también cuando el viento recio sopla en sentido contrario y cuando las olas amenazan con hundir la barca. La sinfonía de colores del mosaico refleja la gloria del Resucitado en la Iglesia. A pesar de todo, ésta ni pierde su rumbo ni flaquea en su confianza.
Lo dicho quiere recordarnos la fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, en la cual pedimos especialmente por el Papa, por Benedicto XVI, que es ahora el sucesor de Pedro a quien el Señor puso al frente de su familia. A Pedro Jesús hizo pescador de hombres (cf. Lc. 5, 10), le puso como roca y cimiento del edificio de su Iglesia (cf. Mt. 16, 18), le capacitó para confirmar a sus hermanos en la fe (cf. Lc. 22, 32) y le confió apacentar su rebaño (cf. Jn. 21, 15). Aunque Jesús ha desaparecido visiblemente de nuestro lado, con la asistencia del Espíritu Santo protege, guía, sostiene, hace fecunda y da serenidad a su Iglesia. El ha prometido “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20).
El Papa, que ayer se llamaba Juan Pablo II y hoy Benedicto XVI, ha recibido de Jesucristo la encomienda de confirmarnos en la unidad de la fe y el amor y de presidir la misión de la Iglesia. Unidos al Papa por la comunión cordial y la obediencia, podemos caminar con seguridad. Pidamos a Dios por el Papa, Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, que lo sostenga, fortalezca y consuele diariamente; que le ayude a llevar su cruz y que su solicitud por la grey encuentre en nosotros la obediencia debida. Agradezcamos a Dios el regalo precioso de su ministerio para la Iglesia y la humanidad.
A sus muchos años, con la debilidad que el paso del tiempo introduce en la vida, se han unido en diversos momentos de su ministerio motivos de particular sufrimiento y tristeza. ¡Que en medio de las informaciones o desinformaciones no perdamos nunca el norte!. Sabemos que las maniobras que le acechan no doblegarán su voluntad firme y fiel. Apoyado en el Señor, su flaqueza se hace fuerte (cf. 2 Cor. 12, 9); la fe en Dios es su victoria (cf. Jn. 16, 33; 1 Jn. 5, 4). Nosotros estamos junto al Papa con afecto y gratitud.
Desde el principio de su ministerio lo hemos escuchado con interés y hemos experimentado satisfacción por entenderle. Además de comunicar siempre algo importante, habla con cercanía y amabilidad, mostrando respeto y buscando la convicción de los oyentes y lectores. Proponer y promover la fe, clarificarla y defenderla, mostrar su carácter razonable, es el precioso servicio que abundante y sacrificadamente viene desarrollando. Cada Papa, además de ejercer el ministerio como sucesor de Pedro, pone a trabajar los talentos personales que ha recibido de Dios. Benedicto XVI posee el don de la palabra escrita; sus formulaciones son precisas, simplifican lo complejo, hacen accesible lo profundo, edifican espiritualmente, son brillantes y bellas. Van siempre a lo esencial. Nos está ayudando –y esto lo dicen también los cristianos no-católicos- en la profesión de la fe limpia e íntegra con palabras comprensibles.
Benedicto XVI se distingue, entre otras cosas, por el empeño vigoroso y perseverante de purificar a la Iglesia de Dios, desenmascarando fallos y pecados, que en otras ocasiones se han mantenido en la ocultación para evitar escándalos que la publicidad habría podido suscitar. El prefiere la verdad transparente, la humildad para cargar con el oprobio y la confianza en que la purificación evangélica es también evangelizadora. Es un Papa reformador y renovador de la Iglesia, siguiendo a Jesús pobre y humilde, para que sea fiel transmisora de la fe en Dios, que constituye a su modo de ver el desafío más grave que tiene actualmente planteado la Iglesia.
Al celebrar la fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo oremos por el Papa, escuchemos sus palabras y contribuyamos con generosidad como fieles católicos en la colecta del llamado “óbolo de San Pedro” para el sostenimiento de la Santa Sede a fin de que el Papa pueda cumplir su servicio de presidir a la Iglesia en la fe y en el amor; le ayudemos con nuestras limosnas para que pueda ayudar a los particularmente necesitados de la humanidad, desde la atalaya de su información, compasión y criterio.