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Homilía de D. Ricardo Blázquez en la Festividad de Nuestra Señora de San Lorenzo

 0908 SanLorenzo   Nuestra Señora de San Lorenzo es invocada como Patrona de nuestra ciudad desde el año 1637, aunque fue declarada como tal tres siglos más tarde. Esta devoción hunde sus raíces hasta el siglo XI o XII. ¡Qué memoria tan profunda y perseverante! Esto significa que nuestra historia ha estado acompañada secularmente por la protección de la Virgen Madre de Dios, a quien con afecto particular llamamos Nuestra Señora.

 

    Hoy nos acogemos confiadamente de nuevo a su intercesión, como hicieron nuestros antepasados. A su custodia maternal encomendamos las familias, los enfermos y las personas que cargan en este tiempo con un peso agobiante; María nos impulsa a ser solidarios con quienes padecen por diversos motivos la dureza de la hora presente. Es muy instructivo y eficaz para ejercitar la compasión el ponernos cada uno en el lugar de la otra persona herida por la vida. Agradecemos y animamos a organizaciones como Cáritas a continuar y acrecentar, si es posible, su cercanía y ayuda a los necesitados. Al comenzar el curso escolar pedimos a la Madre de Dios y nuestra Madre por los niños, adolescentes y jóvenes. ¡Qué María acompañe con su solicitud maternal el nacimiento, el crecimiento, la maduración, la culminación y el ocaso de la vida de todos sus hijos!. ¡Que Nuestra Señora de San Lorenzo ocupe un lugar privilegiado en nuestro corazón! La Madre nos enseña a vivir como hermanos.

    Litúrgicamente celebramos la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María. Es para nosotros motivo de gozo no sólo el nacimiento de Nuestro Salvador Jesucristo; también nos alegramos en el nacimiento de la Virgen María por la que hemos recibido al autor de la salvación. La Liturgia de este día canta: “¡Dichosa raíz santa y bendito su fruto!”. “¡Bendito es Jesús el fruto bendito de su vientre y bendita es también la Madre que lo concibió virginalmente, lo gestó y dio a luz como aurora del mundo!. De María “ha salido el sol de justicia”, Jesucristo. Celebrar la fiesta de la Natividad de María es acercarnos a los orígenes y a las fuentes de la vida; con ella comienza el tiempo de nacer de lo alto  (cf. Jn. 3, 7). Celebramos la gracia de un nuevo comienzo, que renueva nuestra vida cansada y nos abre esperanzadamente al futuro. Alentados por María podemos ser reanimados en la fe, la esperanza y la decisión vital para sobreponernos a los sufrimientos e incertidumbres. El fruto bendito del seno de la Virgen se llamará Jesús, porque es el Salvador, y es “Dios con nosotros” (Enmanuel) (cf. Mt. 1, 18-23). El nos sostiene en todos los momentos de la vida, en los días luminosos y en los días oscuros. Miremos a María, que es como la estrella que guía nuestra nave al puerto, también en medio de las tormentas.

    Hace unas semanas hemos celebrado en Madrid la Jornada Mundial de la Juventud, que siguieron por televisión tantos como la final del Campeonato Mundial de fútbol, unos seiscientos millones. En las diócesis españolas fue preparada los días anteriores. En Valladolid recibimos jóvenes de casi treinta países, desde Tailandia hasta Tanzania, desde Australia a Estados Unidos de América, desde Canadá a Brasil. Es motivo de gran satisfacción haberles oído ponderar unánimemente la acogida humana y cristiana que recibieron de nosotros.

    La Jornada Mundial de la Juventud ha sido un acontecimiento de inmensas dimensiones, de largo respiro y de una calidad excelente. Fue presidida por el Papa, a cuya convocatoria acudieron cientos de miles de jóvenes con sus obispos, presbíteros, religiosos y religiosas, y educadores en la fe. Hemos podido experimentar cómo la fe cristiana se convierte en gozo y aliento de la esperanza, a pesar de las  inclemencias del tiempo atmosférico y humano. Las distancias geográficas, la multitud de procedencias –casi de doscientos pueblos- y la diversidad de lenguas no son obstáculo para la comunicación cuando el mismo Espíritu mueve los corazones haciéndolos converger en Jesucristo, que es fuente de concordia y de paz. Nadie se sentía extraño ni extranjero (cf. Ef. 2, 19). La experiencia humana y cristiana del aeródromo de Cuatro Vientos durante la Vigilia de oración y la Eucaristía de clausura se convirtió en una puerta abierta a la esperanza. Apareció allí una multitud incontable de jóvenes que nos da ánimos de cara al futuro, tanto por su condición de cristianos como de ciudadanos. ¿Cómo no sentirse hondamente conmovido por el Papa y los cientos de miles de participantes adorando en rodillas y en silencio a Jesucristo sacramentalmente presente y mostrado en la singular custodia de Toledo, obra de Enrique de Arfe y cumbre de la orfebrería española?. El centro no era el Papa sino Jesucristo ante el cual todos estábamos postrados, con la mirada del corazón puesta en el Señor. Como ha escrito el P. Pascual Chaves, Rector Mayor de los salesianos: Benedicto XVI “busca disminuir su imagen para que Cristo crezca en la mente y en el corazón de los jóvenes”.

    Los jóvenes, que participaron en la Jornada Mundial y que habían recorrido previamente un itinerario de fe en las parroquias, movimientos, grupos, comunidades se manifestaron bien educados, alegres, orantes, sacrificados y solidarios. Donde Dios es acogido florece la fraternidad, la generosidad con los necesitados y la colaboración por una sociedad más justa, libre y pacífica. La convivencia con los jóvenes que nos visitaron y la perspectiva impresionante de Cuatro Vientos ensancharon el horizonte de nuestra vida; la mirada amplia y profunda nos libera de las estrecheces que recortan nuestra vida y nuestras preocupaciones cotidianas. Hemos entrevisto señales de un mundo mejor.

    Como es lógico, emerge la palabra del Papa transmitida en numerosas ocasiones durante aquellos días. Así como hay palabras que se las lleva el viento o están vacías o incluso son engañosas, hay, en cambio, otras que merece la pena retener porque son verdaderas, han sido pronunciadas con amor, están capacitadas para tocar el corazón y abren caminos de un futuro digno del hombre. Así fueron, sin duda, los mensajes de Benedicto XVI a los jóvenes con quienes se estableció una corriente de cariño, de sencillez y de comunicación gozosa. Les habló de la verdad con amor, confianza y respeto. Nosotros tenemos la agradable obligación de recordar aquellas palabras para que continúen emitiendo entre nosotros luz y seguridad. La verdad ilumina como la luz; pero si la verdad se oscurece todo se convierte en marasmo. Permitidme, por ello, que recuerde algunas palabras especialmente relevantes.

    a) Al despedirse en Barajas, después de haber expresado su gratitud porque se había sentido muy bien entre nosotros, dijo entre otras cosas: “España es una gran nación que, en una convivencia sanamente abierta, plural y respetuosa, sabe y puede progresar sin renunciar a su alma profundamente religiosa y católica”. La hondura y raíces de nuestro pueblo pueden ser fecundas también hoy, en la situación presente por tantos aspectos nuevas que nos ha tocado vivir; sin ser arrancados del suelo vital ni ser despojados de lo que nos caracteriza como pueblo en medio de la historia universal y de la humanidad, podemos fructificar. Sabemos que la fe se propone, pero no se impone; sabemos también que la fe respetuosamente vivida, consecuentemente profesada y valientemente anunciada nos da razones para vivir, para trabajar y para morir. Todos los españoles estamos llamados a convivir en respeto mutuo, trabajando unidos, sin rechazos agresivos, sin violencia ni amenazas. La fe cristiana no es sólo de ayer, sino también de hoy y de mañana. Los cristianos debemos ser también buenos ciudadanos; pero no deben ser recortadas ni en público ni en privado nuestras señas de identidad. La fiesta de la Patrona de nuestra ciudad nos enraíza en un pasado profundo y vivo; la condición cristiana nos abre a un futuro prometedor, como ha mostrado la Jornada Mundial de la Juventud. Congratulándose del éxito de la Jornada, ha afirmado un agnóstico confeso que “la religión no sólo es lícita sino también indispensable en una sociedad democrática” (Mario Vargas Llosa).

    b) En la Eucaristía de Cuatro Vientos nos recordó el Papa la pregunta formulada por Jesús: “¿Quién decís que soy yo?”, sin limitarse los discípulos de la primera hora a recoger las opiniones del ambiente. En nombre de todos Pedro respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt. 16, 16). Esa interrogación de Jesús va dirigida también personalmente a cada uno de nosotros. A continuación dijo el Papa: <<Queridos jóvenes, permitidme que, como sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de Dios, en el centro de vuestra vida. Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con El en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir “por su cuenta” o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de El >>. “No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo”. “Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de los otros”. “No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios”. En las condiciones actuales es preciso personalizar la fe, sabiendo suficientemente qué creemos, a Quién creemos, por qué creemos, qué nos otorga la fe. La fe es personal y es también comunitaria. Los jóvenes que han participado en la Jornada Mundial ya han vencido la tentación de separar la fe en Jesucristo de la unidad confiada en la Iglesia. “Jesús sí, la Iglesia también”.

    c) La palabra cruz nos remite a nuestro Maestro, que es Jesucristo crucificado y resucitado. Significa seguir al Señor también en la dureza de la vida y en los acontecimientos adversos, cargando con lo que, si estuviera a nuestro alcance, eliminaríamos de la existencia. Se llame como se llame, la cruz forma parte de nuestra vida. ¿Cómo comprendemos los cristianos tomar diariamente la cruz?. En las palabras conclusivas al Via Crucis, desarrollado en el Paseo de Recoletos, para el cual fue trasladada la imagen de la Piedad de Gregorio Fernández, conservada en nuestra ciudad, en la que se armonizan admirablemente la fe y el arte para dirigirnos una llamada a la conversión dijo el Papa: “La cruz (de Jesús) no fue el desenlace de un fracaso, sino el modo de expresar la entrega amorosa que lleva hasta la donación más inmensa de la propia vida. El Padre quiso amar a los hombres en el abrazo de su Hijo crucificado por amor”. A la luz de la crucifixión de Jesús, el Hijo de Dios, no podemos concluir que nuestras cruces sean sin más castigo de Dios, ni un capricho cruel suyo para hacernos sufrir, ni un gusto enfermizo nuestro por el dolor; sino prueba suprema del amor, silencio en la presencia de Dios que tiene designios insondables y oportunidad para mantener en las situaciones duras la fidelidad. Una consecuencia es clara: Si Jesús murió por nosotros, también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos (cf. 1 Jn. 3, 16). El amor verdadero se autentifica con el sufrimiento real por la persona amada. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos (cf. Jn. 15, 13); amar, consiguientemente, no es instrumentalizar a nadie ni convertir a otras personas en víctimas de nuestro poder; sino ayudar sacrificadamente al otro, tenderle generosamente la mano, servirlo con humildad.

    En la celebración del Vía Crucis se unen el itinerario de Nuestro Señor camino del Calvario y las vías dolorosas, numerosas y variadas, de los hombres y mujeres de hoy y de siempre. En cada estación del Via Crucis de Jesús se incluye también el Via Crucis de los hombres, como puso elocuentemente de relieve el texto escrito por las Hermanitas de la Cruz para cada estación. El mismo Jesús recorre el Via Crucis de sus hermanos acompañándolos por todos los caminos del mundo; en ellos está Jesús en agonía hasta el fin del mundo (B. Pascal). Digamos con palabras del Papa: “La pasión de Cristo nos impulsa a cargar sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo”. “Queridos jóvenes, no paséis de largo ante el sufrimiento humano, donde Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra capacidad de amar y de compadecer”. En el encuentro con las personas discapacitadas de la Fundación Instituto de San José, de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, iluminó el Papa con estas palabras otro aspecto del sufrimiento: “La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana”.

    d) Si el Papa Juan Pablo II saludó al comenzar su ministerio pastoral en Roma y repitió muchas veces: “No tengáis miedo”, Benedicto XVI se ha dirigido a los jóvenes en la Jornada con estas palabras: “No os avergoncéis del Señor” (saludo de llegada a Barajas). “No os dejéis intimidar por un entorno en que se pretende excluir a Dios” (a los seminaristas en la catedral de la Almudena). “No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad” (Vigilia). Cuando Dios elige y envía, El mismo acompaña y da fuerza a los enviados. También nuestro mundo está bajo la mirada bondadosa de Dios; aunque no lo veamos está con nosotros. Un eclipse no significa que el sol se haya apagado, sino que ilumina detrás de lo que lo oculta. Dios siempre está cerca. Vayamos con valentía, confianza y sencillez como testigos de Dios en el mundo. Seremos convincentes, si estamos gozosamente convencidos.

    Las intervenciones del Papa a lo largo de la Jornada Mundial de la Juventud han sido cortas pero preciosas. No se pueden resumir ya que todo es importante. Invito a leerlas reposadamente y a volver sobre ellas.

    Queridos hermanos, deseo a todos felices fiestas de nuestra Señora de San Lorenzo. A ella acudimos confiadamente; en su regazo ponemos nuestros gozos, tribulaciones e incertidumbres.

Valladolid, 8 de septiembre de 2011
Mons. Ricardo Blázquez Pérez
Arzobispo de Valladolid

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