Homilía en la Eucaristía de inauguración del Curso Académico en la Universidad de Deusto
Categoría: Don Ricardo, arzobispo de Valladolid Visto: 6186
Agradezco cordialmente la invitación que se me hizo para presidir hoy la celebración eucarística de inauguración del curso en esta querida Universidad católica de Deusto. Cerca y lejos llevo hondamente grabada en el corazón la estima de esta Universidad. El que se cumplan este año los 125 del comienzo de su excelente servicio en Bilbao a la Iglesia y a la sociedad subraya la significación de esta Solemne Apertura del Curso Académico. He compartido
y comporto las esperanzas, las satisfacciones y las incertidumbres de esta Universidad. Saludo con particular afecto al Prepósito General de la Compañía de Jesús. Mi saludo se extiende a toda la Comunidad Universitaria: Rector Magnífico, autoridades académicas, profesores, estudiantes, personal no docente, Consejo social de la Universidad; muestro mi respeto a las autoridades civiles.
Pablo, en la Carta a los Romanos, supone una solidaridad entre el universo y los creyentes; son inseparables tanto en las tribulaciones causadas por el pecado del hombre como en la esperanza de la “libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom. 8, 21). Aunque el texto bíblico no se ciñe a una preocupación ecológica, podemos también afirmar que la humanidad y el mundo como su hábitat están unidos: Hay contaminación ambiental y de los espíritus, existe una desertización interior y otra desertización geográfica; y hay un florecimiento humano que se traduce en el cuidado y la belleza de la tierra. Dios ha encomendado al hombre el cultivo de la tierra y la custodia de la creación, administrando este encargo con atención a todos los contemporáneos y a las generaciones futuras.
El saludo de Jesús resucitado a los discípulos trasmite eficazmente la paz (cf. Jn. 20, 19-23). También nosotros necesitamos la paz del Señor y el aliento del Espíritu Santo que ahuyente nuestros miedos, que pueden proceder de la magnitud de las adversidades, del futuro siempre insondable y de nuestras debilidades. Al comenzar el nuevo curso académico invocamos al Espíritu Santo, que nos libere de nuestras inquietudes, ponga serenidad en nuestro espíritu y nos dé fuerza para recorrer diariamente el camino hacia el futuro desconocido que nunca escapa a la providencia de Dios.
Hace pocas semanas hemos celebrado la Jornada Mundial de la Juventud. En el encuentro con profesores universitarios, tenido en El Escorial, señaló el Papa algunos rasgos identificadores de la universidad, que me alegro de recordar y compartir con todos en esta celebración. Son palabras impregnadas de la experiencia personal de Benedicto XVI y de la reflexión continuada sobre esta institución básica de la sociedad, que tuvo no por casualidad su origen histórico en el seno de la Iglesia.
“La universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana”. (La Iglesia desde el principio quiso cumplir su misión recorriendo la vía de la verdad y practicando la caridad; formuló su fe en discernimiento y diálogo con la filosofía del tiempo, y animada por el amor cristiano los pobres recibieron acogida en su interior). “El camino hacia la verdad compromete al hombre por entero: Es un camino de inteligencia y de amor, de la razón y de la fe”. Porque, mientras dura nuestra peregrinación, no podemos poseer plenamente la verdad y mucho menos dominarla, debe consiguientemente ser “en el ejercicio intelectual y docente, la humildad una virtud indispensable” del hombre.
A los profesores, aludiendo el Papa a su experiencia de profesor universitario, les dice como colega a colegas: “A veces se piensa que la misión de un profesor universitario sea hoy exclusivamente la de formar profesionales competentes y eficaces que satisfagan la demanda laboral en cada preciso momento. También se dice que lo único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera capacitación técnica. Ciertamente cunde en la actualidad esa visión utilitarista de la educación, también universitaria”. Sin embargo, hay un “anhelo de algo más elevado que corresponde a todas las dimensiones que constituyen al hombre”. El hombre, creado a imagen de Dios, es la medida de la misión de los profesores.
“Los jóvenes necesitan auténticos maestros; personas abiertas a la verdad total en las diferentes ramas del saber, sabiendo escuchar y viviendo en su interior ese diálogo interdisciplinar; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de avanzar en el camino hacia la verdad”. Anima el Papa a los profesores a no perder nunca la sensibilidad y el amor a la verdad. Deben “comprender y querer a los alumnos, en quienes deben suscitar esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación. Y confiadamente les pide: “Sed para ellos estímulo y fortaleza”.
Las palabras que termino de recordar merecen ser pensadas reposadamente. Son palabras no sólo bellas sino también verdaderas sobre la misión de la universidad, sobre la excelente tarea de los profesores y sobre el apasionante trabajo de los estudiantes. No rebajemos su altura y dignidad.
Si verdad y bondad están unidas, también lo están el conocimiento y el amor. En ellos hay un reflejo de la Verdad, de la Bondad y de la Hermosura que es Dios mismo. Buscar la verdad es buscar a Dios (E. Stein), la “eterna verdad”; anhelar el bien es amar al único Bueno (cf. Mc. 10, 18), la “verdadera caridad”; las huellas de la belleza nos encaminan a la belleza de Dios, “hermosura tan antigua y tan nueva” (San Agustín, Las Confesiones 7, 10, 16: “¡Oh eterna verdad, y verdadera caridad, y amada eternidad!”). Dios no ha dejado a la humanidad sin signos de su presencia, de su verdad y de su amor. A ejemplo de San Agustín, busquemos humildemente la verdad, la abracemos con amor, nos dejemos iluminar y fortalecer por ella y la comuniquemos generosamente. Si se diluyera la verdad, sobrevendría un marasmo generalizado.
Los días de la Jornada Mundial de la Juventud, y particularmente la actitud y comportamiento de los jóvenes, deben hacernos reflexionar a todos. Muchos se sorprendieron de la capacidad de convocatoria de la Iglesia y del Papa. No sería humanamente serio sofocar las preguntas que han suscitado esos cientos de miles de jóvenes, ni dar por cerrada la cuestión que apresuradamente muchos habían decidido: Dios no es relevante para los hombres y para la construcción del futuro, la religión no tiene porvenir, la causa de la Iglesia está cerrada. Es necesario reconocer la lealtad intelectual con que diversos observadores, a veces religiosamente distantes, se han manifestado.
Los jóvenes, en condiciones incómodas (”mal comidos y mal dormidos”) han participado intensa y alegremente en esa inmensa fiesta de la fe y de la esperanza cristianas. No retaban a nadie, ya que las pendencias les eran ajenas. Se han mostrado respetuosos como buenos ciudadanos; y la fe en Dios, el gozo, la oración, la atención a las catequesis y predicación, la pertenencia a la Iglesia, la comunicación entre los participantes ha permitido conocer a una juventud que dan confianza de cara al futuro, en medio de nuestro mundo inmerso en mil crisis. Esos días “moverán conciencias y sentimientos dormidos y olvidados en muchos y despertarán esa afinidad al bien que late en todos. Este alarde de felicidad, tranquilidad y gratitud en un mundo desquiciado se convierte en un acontecimiento extraordinario. La alegría genuina y sencilla de una multitud semejante no puede dejar indiferente a nadie, por muy al margen del mismo que pase estos días… Estos jóvenes, que no exigen derechos ni venganzas, sino ofrecen compromiso y perdón, rompen todos los esquemas de quienes habían proclamado extinta y enterrada a la Iglesia. Estos jóvenes demuestran que precisamente ahora, cuando las ideologías redentoras sólo presentan un devastador balance de desolación, soledad humana y angustia, existe la respuesta de la alegría y la esperanza” (H. Tertsch). Eran normales y estaban contentos; no necesitaban ponerse artificialmente alegres para mostrarse felices; el gozo se compartía y comunicaba con naturalidad.
Y otra observadora penetrante (E. Uriarte), que no se distingue por sus manifestaciones personales religiosas, ha llegado a pensar que podemos estar asistiendo a un punto de inflexión en el debate político sobre el papel de la religión. No ha prosperado el intento de deslegitimar el hecho religioso y, sobre todo el católico y el cristiano, como incompatible con la democracia y la modernidad. El intento de muchos, a veces desde diferentes formas de poder, de identificar la religión con el pasado, como algo ya anacrónico y superado, más anclada en el antesdeayer que con posibilidades para el mañana, debe ser revisado honradamente. El anhelo de Dios nunca muere en el corazón de los hombres. El hecho religioso puede y tiene derecho a expresarse en el espacio público sin forzarlo a recluirse en la sacristía y en la conciencia personal. No se le debe negar su capacidad de participar en los debates de la sociedad y en la conformación de la opinión pública, interviniendo con respeto, libertad, amor al hombre y argumentos fundados.
Mario Vargas Llosa, que se reconoce a sí mismo como agnóstico, ha escrito que “creyentes y no creyentes debemos alegrarnos del éxito de la visita del Papa a Madrid. Mientras no tome el poder político, la religión no sólo es lícita, sino también indispensable en una sociedad democrática”.
La Universidad de Deusto a lo largo de los 125 años de historia ha conocido situaciones políticas, culturales y sociales muy diferentes. Ni el marco anterior confesional debió impedirle ofrecer sus servicios a todos ni el actual ámbito aconfesional debe dificultarle manifestar su identidad de Universidad de la Iglesia. Debe buscar siempre la verdad, la excelencia y el servicio a la sociedad. No es de recibo tratar de imponer la fe y causaría estupor que la dimensión religiosa fuera invisible. No es acertado el silencio sobre lo esencial, ni porque la persona se autocensure ni porque ceda a la presión del ambiente. ¿Por qué no nombrar la palabra santa de Dios también en público?. A nadie se puede marginar ni por pronunciarla ni por silenciarla.
El cardenal S. Rylko, Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, dio gracias públicamente en Cuatro Vientos al Papa Benedicto XVI porque los jóvenes encuentran en él un padre que los quiere y un maestro de la fe, <<una guía segura que enseña a no perder jamás de vista lo que es esencial para la vida: Dios, manifestado en el rostro de su Hijo hecho hombre por nuestra salvación. Gracias, porque nos recuerda incansablemente que “las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el universo, sin El, no cuadran”>>. Calculemos con sensatez la vida. Dios es la roca sobre la cual podemos edificar sólidamente la casa que somos cada uno y la casa de la humanidad.
Querido Prepósito General, respetada Comunidad Universitaria, agradezco la oportunidad de participar con vosotros en la Solemne Apertura del Curso Académico. Por intercesión del beato hermano F. Gárate, que desde la portería fue uno de los más autorizados maestros de esta preclara Universidad, pido a Dios que os conceda ser una “casa donde se busca la verdad”. “Santa María, sedes sapientiae, ora pro nobis”.
Mons. Ricardo Blázquez Pérez
Arzobispo de Valladolid
Bilbao, 9 de septiembre de 2011