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La Agencia SIC entrevista a D. Ricardo

0916 Blazquezwww.agenciasic.com – Gratitud, esta es la palabra más repetida por Mons. Ricardo Blázquez, Arzobispo de Valladolid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española al hacer un resumen de su vida al servicio de la Iglesia, 25 años de los cuales han sido a través del ministerio episcopal. En una entrevista concedida a Agencia SIC,  Mons. Blázquez ha destacado, además, la importancia de manifestaciones culturales religiosas como Las Edades del Hombre, como vehículo de trasmisión de la fe en el Año en el que la Iglesia centra su atención en esta virtud cardinal.

 

 

P- Recientemente ha cumplido sus Bodas de Plata Episcopales, si tuviera que hacer un memoria conjunta de estos 25 años ¿Cómo resumiría este cuarto de siglo de servicio episcopal?  

Fui ordenado obispo el 29 de mayo de 1988 en la Catedral de Santiago de Compostela. Presidió la celebración Mons. Rouco Varela, arzobispo de Santiago entonces. Allí estuve como obispo auxiliar durante 4 años. Después fui a Palencia para sustituir a Mons. Nicolás Castellanos y tres años más tarde a Bilbao, donde estuve casi 15 años. Finalmente hace tres años comencé mi ministerio episcopal en Valladolid, donde llegué la víspera de la beatificación del Padre Bernardo de Hoyos.

En cada una de las diócesis donde he estado tengo recuerdos gratos e importantes. Desde el punto de vista personal, los cambios son siempre una perturbación personal. Para mí el cambio más grande fue pasar de la condición de presbítero, (yo era profesor en la Facultad de Teología de Salamanca),  a la de obispo. La ordenación episcopal marcóel comienzo de un nuevo  servicio a la Iglesia y a la Humanidad.

De los años en Santiago los recuerdos más vivos están ligados,  sin duda, a la preparación y la celebración de la IV Jornada Mundial de la Juventud, en el Monte de Gozo. Recuerdo que la noche que pasaron los jóvenes en el monte, entre la Vigilia y la celebración del domingo,  no fue grata para ellos, frío, relente, las incomodidades… Cuando llegó Juan Pablo II por la mañana estaba levantándose el sol. El Papa en su castellano, comenzó a decir “el Sol, Cristo el sol…la luz… el gozo, el monte del gozo…los jóvenes… “  y se fueron levantando todos como un resorte. Fue emocionante.

Delos años en Palencia guardo muchos recuerdos. Uno de ellos fue la beatificación de Rafael Arnáiz, el monje de la Trapa; yo llegué en agosto y la Beatificación se celebró a finales de septiembre.  Fue llegar  “y besar el santo”.

De Palencia recuerdo especialmente las visitas pastorales, y cómo, al dialogar con las personas mayores se transparentaba una grandeza de alma, una religiosidad… que me recordaban las palabras de Santa Teresa De Jesús, cuando describe la Fundación de Palencia, y califica a los palentinos como la gente de “mejor masa y nobleza que ella había conocido” y se alegraba mucho de haber fundado allí, pues “el que tuvo, retuvo”.  Encontré a  tantas personas que rezuman de esta bonhomía interior, de esa honradez, una profunda religiosidad que tiene consecuencias en su vida personal y social, admirable.

Recuerdo también la celebración de la Acción De Gracias de la Beatificación del Padre Polanco, quien fuera Obispo de Teruel y al que muchos aconsejaban no volver a Teruel por la inestabilidad y las persecuciones de los años 30 y su madre dijo “Donde está el rebaño tiene que estar el pastor, si lo pasa mal peor lo pasó Ntro. Señor. Debe volver a Teruel que es donde el Señor le llama”. Murió mártir poco después.

De Bilbao, recuerdo tantas cosas… fueron tiempos difíciles. Recuerdo las complejas horas que mediaron entre la amenaza de muerte de Miguel Ángel Blanco y la celebración de su funeral. Aquello fue una exposición cruel de una persona. Fueron días muy complicados, especialmente  la mañana del funeral. En este punto, me gustaría recordar que un episodio que no se conoce mucho y que agradecí, la visita que me hizo Mons. Setién para ver cómo estaba.

 

P- El Año de la Fe ha coincidido con este 25 aniversario y ejerce usted su ministerio episcopal en Valladolid, ¿Cómo están viviendo este año de la fe a nivel diocesano?

Con motivo del Año de la fe, publiqué, el 8 de septiembre de 2012, no sé si podría denominarlo una Carta Pastoral, más bien un conjunto de reflexiones sobre la Fe, la trasmisión del Evangelio y trasmisión del evangelio, la vida de la Iglesia… también descendiendo a los detalles de las crisis, personales y sociales.

Asimismo, durante este año, he publicado en la revista diocesana una serie de comentarios en torno al Símbolo de los Apóstoles. Son, más o menos unas 20 intervenciones que, apoyadas en el Catecismo de la Iglesia Católica, presentan diversos aspectos espirituales, pastorales y de Fe. Aún quedan algunos por publicar.

En la diócesis, recuerdo con especial gratitud la Semana de la Fe que hemos celebrado, en la que hemos realizados celebraciones y encuentros de diversa índole: con jóvenes, matrimonios, con miembros de vida condagrada…De éstos encuentros, me sorprendió y emocionó especialmente la gratitud de los miembros de Vida Consagrada, fue un encuentro muy bueno, en el que nos hablamos ‘de corazón a corazón’, los miembros de las comunidades religiosas con el Obispo diocesano.

Pienso a¡que ha sido un acierto que la celebración de los 50 años del Concilio Vaticano II  se haya celebrado en clave de renovación de la fe. Necesitamos  recuperar la alegría de la Fe, el entusiasmo por transmitirla, aquí creo que esta una de nuestras enfermedades especiales de hoy: la falta de alegría por transmitir la Fe. Por eso el Año de la Fe acude a curar una enfermedad de fondo.

 

P- Valladolid es una de las diócesis que participan en una de las muestras más importantes de la cultura española: Las Edades del Hombre. Una exposición que, año tras año, muestra grandes piezas de arte sacro ¿Cómo ayudan estas exposiciones a esta transmisión y salvaguarda de la fe?

Estoy convencido de que Las Edades del Hombre son un acontecimiento religioso cultural de primera magnitud. Son cerca de 7 millones  de personas las que han visto estas exposiciones en sus diferentes ediciones y todas las han producido la misma sensación: los críticos las han valorado positivamente, los escolares las han visto con gusto y la gente sencilla ha ido a ver esas exposiciones y se ha sentido reflejada.

Las Edades del Hombre reflejan un testimonio de la Fe que se ha conservado y la relación  de la Iglesia con las manifestaciones artísticas de carácter religioso, que es la historia de una buena amistad, no la historia de un desamor. Una buena amistad que viene de muy lejos, y que, dentro de la precariedad de medios para conservarlo se ha  hecho con dignidad.

Desde el principio se procuró que las Edades del Hombre tuvieran este sentido evangelizador. La evangelización se hace a través de la predicación, de la catequesis, del dialogo personal, de los sacramentos, de los servicios caritativos y también a través de la actualización del patrimonio religioso cultural recibido.

Si, en la exposición que actualmente se puede contemplar en Arévalo, nos detenemos ante el Cristo yacente de Gregorio Fernández, esa imagen es una catequesis. Gregorio Fernández pudo hacer aquella obra porque era creyente. Cuando el autor no está inspirado religiosamente sus obras no inspiran, cuando se plasma la Fe, la piedad…  se recibe de ellas más que un impacto de belleza. Se recibe otra cosa que habla a la dimensión más honda del hombre, nos habla el lenguaje de la Fe. En este sentido, los guiones realizados para las exposiciones trenzan perfectamente las obras con su contexto artístico y religioso, los pasajes evangélicos a los que refieren… Las Edades del Hombre son una buena aportación de las diócesis castellanas a la Fe, al Evangelio y un regalo para creyentes, no creyentes… para todos.

En esta línea, en Valladolid celebramos los 25 años de esta exposición con una serie de iniciativas:  a finales de octubre realizaremos una pequeña exposición en la Catedral con piezas de cada uno de los lugares, próximamente saldrá a la luz un libro conmemorativo…. queremos recordar algo que es memorable, que merece ser recordado como es la aportación de las diócesis castellanas a la cultura española.

 

P- Usted ha desempeñado labores diversas en la Conferencia Episcopal Española desde hace muchos años: en la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, en la Comisión de Liturgia, luego como Presidente de la Conferencia y actualmente es vicepresidente de ella ¿Cómo definiría el trabajo de las Conferencias Episcopales? ¿Qué suponen en el contexto actual de la Iglesia?

Las Conferencias Episcopales son, sin duda, un acierto del Concilio Vaticano II. Creo que es muy importante y revelador que el Concilio Vaticano II  en el decreto Christus dominus sobre el ministerio de los Obispos mandara que se erigieran las conferencias episcopales. Pensemos qué sería nuestra labor actual, con la complejidad de los problemas a los que nos enfrentamos, sin el refuerzo enorme de la Conferencia Episcopal.

Todos recibimos de ella una gran ayuda, y en este punto, teniendo en cuenta los decenios que ya nos separan del nacimiento de la Conferencia Episcopal Española, es un motivo de agradecimiento para los obispos españoles.

 

P- ¿Qué recuerda de sus años como miembro y Presidente de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe?

Fui miembro de esta comisión desde 1988. En 1993 sustituí como presidente a Mons. Antonio Palenzuela Velázquez, un cargo en el que estuve tres trienios (lo máximo que permitían entonces los estatutos). Durante este tiempo, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe era el cardenal Ratzinger.

De estos años puedo decir que quedé muy contento con el trabajo realizado. De manera constante, leal y también dialogante, se prepararon documentos importantes para la vida de la Iglesia en España. Especialmente notables fueron un documento sobre Dios, otro sobre la esperanza en la vida eterna, otro sobre la memoria creyente del siglo XX…

La relación con la Congregación para la Doctrina de la Fe era muy buena. Sólo tengo motivos de gratitud hacia la tarea del entonces cardenal Ratzinger. Quería que las tareas se tomaran en serio y lo transmitía a sus colaboradores. Asimismo siempre preguntaba “¿pueden ustedes hacer esto? ¿Desean mejor que lo estudiemos en Roma?…” Es una persona con una sencillez admirable en su trato personal y al mismo tiempo con una capacidad de ver la profundidad de los temas, de las situaciones actuales, admirable.

 

P- Usted conoció también, durante estos decenios, al entonces cardenal Bergoglio,  ¿Cómo describiría al nuevo Papa?

Tuve la ocasión de estar largamente con el entonces Cardenal Bergoglio en dos ocasiones:

La primera ocasión fue con motivo de los Ejercicios Espirituales para los Obispos de la Conferencia Episcopal Española, en enero de 2006, que predicó el entonces Arzobispo de Buenos Aires.

La impresión que tuve, y que luego muchos de los presentes pudimos comentar, fue de unos ejercicios fundados profundamente en San Ignacio de Loyola; impartidos por un jesuita con gran experiencia y con gran experiencia también en la pastoral episcopal. Durante aquellas jornadas nos ayudó mucho a rezar, a revisar nuestra vida pastoral, hacer un alto en el camino para comenzar con brío  la nueva etapa. Mons. Bergoglio nos distribuyó además los folios, más de 70, con los temas que había ido desarrollando, por lo que, cuando fue elegido Papa, acudí de nuevo a esas notas.

Otra ocasión en la que pude conocer al Cardenal Bergoglio fue con motivo de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que tuvo lugar en Aparecida en mayo de 2007. En esa fecha yo era Presidente de la Conferencia Episcopal Española y, por derecho, participan los presidentes de las Conferencias Episcopales de Portugal y España (hace unos años también se unieron los del Estados unidos y Canadá).

Jorge Bergoglio fue elegido pronto presidente de la comisión para la redacción de los documentos de la Conferencia. Percibí que había sido elegido con el reconocimiento de su autoridad moral, ya que era una encomienda delicada. Asimismo, a lo largo de las diferentes sesiones de trabajo me llamo la atención cómo la sugerencia de mejora de los modos que los participantes iban presentando eran estudiadas concienzudamente por la Comisión que él presidía  los estudiaba y daban cuenta de cómo se habían desarrollado estos modos y su pertinencia o no.

Esta seriedad por las aportaciones y la firme dirección de la comisión dieron lugar a que, prácticamente al terminar los trabajos de la Conferencia, los documentos estuviesen listos para ser aprobados. Fue una experiencia interesante.

Una vez elegido Papa, lo que está haciendo me confirma en esas impresiones que ya tenía de él previamente: su  libertad de espíritu, su amor a la verdad cristiana,  y el acento que pone en la trasmisión del Evangelio a través del amor a los débiles.

Asimismo, es importante destacar la valentía con la que está afrontando  retos que la Iglesia ya había manifestado antes del cónclave. Es expeditivo: afronta lo problemas con una enorme decisión; una vez que en la oración y con el asesoramiento de muchas personas, ve qué es necesario realizar lo ejecuta.

El Papa es un don para la Iglesia y para la humanidad, también la no creyente. Nosotros hemos de  ayudarle y pedir en nuestra oración por él. Necesitamos su ministerio y su trabajo.

(Mª José Atienza/Agencia SIC)

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