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Repensar las cosas

0105 ondasjpgDiferentes entidades eclesiales a lo largo de estos días están promoviendo en nuestra sociedad una reflexión sobre nuestro estilo de vida y nos invitan a ser austeros para poder ser solidarios. Hemos asimilado un mito cultural inconsciente: el que sugiere que el crecimiento económico, además de ser fuente de felicidad por sí misma y de mejorar nuestras relaciones, refuerza inevitablemente la cohesión social, mejora los servicios públicos, reduce la desigualdad y el desempleo. A día de hoy, ya podemos asegurar que el sólo crecimiento económico no es ninguna garantía de cohesión social. Del mismo modo nos hemos convencido de que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos, y sobre todo, más consumamos.

Todo lo anterior no sólo es mentira sino que empuja a la frustración por no poder alcanzar esas metas. Si la felicidad dependiera del nivel de consumo, deberíamos ser absolutamente felices, porque consumimos 26 veces más que en la primera mitad del siglo XX. Pero las encuestas demuestran que, hoy en día, a pesar de todo lo que tenemos, no somos 26 veces más felices. ¿Se puede poner vino nuevo en odres viejos? Necesitamos un vino nuevo, el del reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de todas las personas. Pero seguimos con los odres viejos de una economía que ha devenido en el principal condicionante de las diversas situaciones de desequilibro y desigualdad en nuestro mundo. La intuición que se percibe es generar un modelo social que retorne a prácticas de austeridad, solidaridad y proximidad. Sólo así se podrán abrir cauces de solidaridad y esperanza ante un panorama socioeconómico que sólo sabe retornar al modelo del afán de lucro. Las mismas fórmulas que nos han llevado a donde estamos. Hoy en día más del 80% de la humanidad pasa hambre porque el hambre es un negocio, igual que lo es la existencia de más de 400 millones de niños esclavos y de más de 1500 millones de parados. El 20% de la población mundial posee el 90% de la riqueza que hay en el planeta, mientras más de 4.000 millones de personas viven en estado de pobreza. Nos encontramos en una auténtica guerra de poderosos contra débiles programada por una organización económica que tiene como objetivo  mantener el estatus de dominio y explotación de una minoría de privilegiados sobre la mayoría de la humanidad. Y para ello no se duda en explotar a seres humanos como esclavos,  alcanzando una intensidad nunca antes vista: tráfico de personas, esclavitud infantil, inmigración forzada, eliminación de  derechos sociales y laborales...; controlando la población (aborto, esterilizaciones, eutanasia, eugenesia…); especulando en bolsa con alimentos y recursos naturales, y también apropiándose de las patentes  de alimentos y medicinas fundamentales para la alimentación y la salud de los pueblos). El pasado año, las 500 sociedades transnacionales más importantes del mundo controlaron el 54% del Producto Mundial Bruto. Eso supone un monopolio sobre las inmensas riquezas que existen en este planeta y que ha provocado que en los dos últimos años haya aumentado el hambre en 150 millones de personas en un planeta que rebosa de riquezas, y donde jamás ha existido tanta capacidad para poder distribuir esa riqueza. La crisis económica ha puesto al descubierto el callejón sin salida al que nos está llevando este modelo económico que busca que unos pocos obtengan los beneficios. Habrá que echar un vistazo a los que salen beneficiados de esta crisis, seguramente no serán los más pobres. ¿Por qué?

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