¿Una reforma laboral?
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- Categoría: Actualidad Diocesana
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Con el año nuevo hemos conocido los datos de desempleo de los últimos doce meses. ¡Terribles!. En nuestra provincia 44.425 personas carecen de empleo (2.492 personas más que en diciembre de 2010, un crecimiento de un 6,93 %). Aunque resulte reiterado hay que insistir en que son personas, no simples cifras. La solución que se propone: una reforma del mercado laboral. Antes de otras consideraciones, desde nuestra perspectiva cristiana, aunque nos volvamos pesados, recordamos que el trabajo lo realizan personas, y por ser realizado por personas, no puede convertirse en una mera mercancía, puesto que se estaría negando la dignidad del ser humano que emana de su ser imagen de Dios por voluntad del Creador.
Hecha esta apreciación inicial, la propuesta de la reforma laboral sería aceptable si fuera en la dirección adecuada.
Habría que hacer un breve ejercicio de memoria. En, al menos, los últimos veinte años los trabajadores han ido perdiendo poder adquisitivo en sus salarios y han visto empeorar sus condiciones de trabajo “gracias” a sucesivas reformas laborales promovidas por gobiernos de diferente color político. Es curioso también que se apele constantemente a un incremento de la denominada “flexibilidad laboral” debido a la dificultad de despedir cuando ya se está haciendo (ahí está el crecimiento del desempleo y los puestos de trabajo perdidos) y cuando la contratación que se está realizando es temporal (en 2011, el 93,29 %). Resulta fácil sospechar que detrás de esa reforma laboral, lejos de resolver los problemas del trabajo, haya una intencionalidad de convertirlo en más precario todavía.
Siguiendo las enseñanzas sociales de la Iglesia, los cristianos no podemos tolerar que se siga precarizando la vida de los trabajadores y trabajadoras. Como ya sabemos, el trabajo es mucho más que una actividad laboral: permite construir una familia, realizarse a las personas, colaborar con el Creador en su obra, educar a los jóvenes, es elemento imprescindible para el desarrollo de los pueblos, etc.
Entonces. ¿Es necesaria una reforma laboral?. Claro que sí. Una reforma que dignifique el trabajo y al trabajador. Para ello, nos permitimos pedir a los agentes económicos que la están negociando, que tengan en cuenta varios elementos.
Cualquier reforma laboral hay que abordarla desde la perspectiva de la familia: detrás de los trabajadores y trabajadoras hay una realidad familiar a la que el trabajo sirve. Salarios, horarios, etc. no pueden ir en contra de esta realidad.
Otra clave que tendrían que tener en cuenta es la solidaridad. Solidaridad con aquellos que no tienen empleo (los parados), solidaridad con aquellos que tienen dificultades especiales para acceder a un empleo (discapacitados físicos y psíquicos, excluidos sociales, etc.), solidaridad con las generaciones jóvenes y con los mayores, solidaridad con los trabajadores del sur. Perder esta clave supone convertir el empleo en un espacio de competitividad que genera profunda inhumanidad.
Por último, tampoco deberían olvidar que el trabajo es una experiencia comunitaria y que una de las funciones de la empresa según la Doctrina Social de la Iglesia es favorecer la comunitariedad. Todo lo que suponga individualización, dar prioridad a los intereses personales frente a los colectivos, significa romper la vocación a la comunión del ser humano.
Podrían hacerse más apreciaciones, dada la riqueza de nuestra Doctrina Social. Pero creemos que en este momento éstas son suficientes.
Se nos puede responder que hemos olvidado que estamos crisis y que es necesario hacer sacrificios para salir de ella. Cierto es que los niveles de vida que hemos venido manteniendo un sector importante de los trabajadores justo antes de la crisis no son posibles (pero tampoco lo eran antes, ni posibles ni deseables, porque no generaban felicidad ni contribuían a un auténtico desarrollo humano). Hay que ir a estilos de vida más austeros y sostenibles, lo que supone que, a nivel material, vamos a necesitar menos. Pero esto no significa que tengan que ser los trabajadores los paganos de la crisis. Ésta, la crisis, es una manifestación más del conflicto histórico entre capital y trabajo. El primero, el capital, no está dedicándose mayoritariamente a generar el trabajo necesario para responder a las necesidades de la población, sino que ha estado y sigue estando dedicado a la especulación en los denominados mercados financieros, con una consecuencia muy grave: las dificultades de la economía real, que tiene como una manifestación el desempleo.
Como ha pedido insistentemente el Papa Benedicto XVI y el Pontificio Consejo Justicia y Paz, es urgente una reforma del sistema financiero, puesto que mientras esta no se haga no va a ser posible generar empleo.
No obstante, la crisis puede ser una oportunidad para plantearse el reparto del trabajo sin que suponga reparto de la miseria. Está podría ser también una línea de reflexión en el proceso de negociación de la reforma laboral. Por nuestra parte, dejamos este tema, el del reparto del trabajo, para profundizar en él en otro momento.